Mil Maneras de Morder el Polvo (A Million Ways to Die in the West) es la nueva película del gran Seth MacFarlane, tras su último trabajo, en 2012, con Ted. Como no podía ser de otra forma, MacFarlane vuelve a abrir ese amplio abanico de gags que ocupan el lugar de lo políticamente incorrecto y, con ello, sigue haciendo más holgada la brecha que separa a sus seguidores de sus detractores. Un relato de casi dos horas de duración en donde quienes estén a favor del peculiar estilo de MacFarlane, disfrutarán y reirán con cada pasaje de humor absurdo, escatológico y de buen timing. Por el contrario, aquellos que no se sientan identificados con los procedimientos humorísticos de los que se vale el creador de Padre de Familia (Family Guy), es factible que no le encuentren gracia al asunto.
El comienzo de Mil Maneras de Morder el Polvo nos adentra en un duelo entre dos sujetos. Uno de ellos, el director, guionista y figura central de la proyección, un muchacho que prefiere no batirse al enfrentamiento, motivo por el cual su novia (Amanda Seyfried) lo abandona. Desconsolado, conoce a una sensual pistolera (Charlize Theron) que le enseñará a disparar con el fin de obtener agallas y recuperar a su amada.
El ritmo, que desde el inicio se presiente ameno y llevadero, se mantiene prácticamente en la misma magnitud incluso hasta más de la primera mitad de la narración. Mil Maneras de Morder el Polvo no sufre grandes altibajos, aunque quizás sí se le pueda reprochar su extensión; por ser una comedia del tipo que es, probablemente casi dos horas de metraje resulte algo prolongado.
Las actuaciones están a tono de lo que busca MacFarlane, y aquí vale la mención al dúo que conforman Sarah Silverman y Giovanni Ribisi, en un aporte que de tan descabellado, por las situaciones que experimentan y por el vínculo que los une, funciona como uno de los factores más divertidos e hilarantes de la cinta. Al que le toca el flanco malvado es a Liam Neeson, cumpliendo también en buena medida pese a que no tengamos el gusto de verlo en escena demasiado tiempo; sus apariciones le dan el enfoque de tensión, si se permite el término, que requiere la trama.
Humor negro sobra, esparcido en varios momentos, como ocurre cuando nos enseñan, en diversos escenarios, las variadas formas de morir que existen en el oeste, una más absurda (y tragicómica) que la otra. Criticable puede resultar el hecho de que no todos los eventos que se postulan como jocosos tengan el mismo nivel de gracia, pero ante una entrega que apuesta a bombardearnos de gags es lógico que alguna que otra ocasión carezca de fuerza. Atención especial a los cameos que planta en escena el director, como un guiño en complicidad con el público.
3.5 / 5