Corría el año 1994 cuando Álvaro Fernández Armero estrenaba su espléndida Todo es mentira. En aquel fiel reflejo de las relaciones entre hombres y mujeres, Pablo –inolvidable Coque Malla- sufría una pesadilla en la que un montón de desconocidos hacían cola en la escalera de su casa para acostarse con su novia. Casi veinte años después y con mucha menos gracia, Emilio Martínez-Lázaro repite el chiste.
Eso es lo que parece La montaña rusa, una sucesión de hits de otras películas y de otros tiempos de desamores más felices, donde los enredos amorosos y las relaciones a tres bandas tenían alma y, sobre todo, un elenco de secundarios memorables que arropaban a los protagonistas mientras robaban alguna que otra escena.
Puede que los éxitos más notables de la filmografía de Lázaro tengan mucho que ver con los guionistas de esos éxitos: David Trueba estaba detrás de Los peores años de nuestra vida y David Serrano de los dos musicales encamados, mientras que en esta ocasión es Daniela Féjerman quien escribe las palabras que de forma tan tediosa narra Verónica Sánchez –mejor en imagen que como voz en off- y que ponen patas arriba su relación con el bueno –pero estándar en la cama- de Alberto San Juan por culpa del malo de turno –Ernesto Alterio-
Seguro que los personajes de David Serrano carecen de la profundidad femenina que intenta reflejar Daniela Féjerman, pero sus guiones, al menos, hacían reír.
A pesar del intento y de lo marciano que resulta que al personaje de San Juan le salga bien una jugada parecida a la de la primera cita de Travis Bickle en Taxi Driver, La montaña rusa es la enésima vuelta de tuerca en lo que a relaciones a tres bandas se refiere, pero en punto muerto y con escasas situaciones cómicas que no vayan más allá del eterno cara a cara en una cafetería entre dos actores tan dicharacheros como Alterio y San Juan.
Tampoco íbamos a esperar nada brillante de una película en la que en sus créditos iniciales figuran las palabras “Número de clown creado por” y Enrique Cerezo.