Cuando Arnold Schwarzenegger pasó el testigo de la acción y la heroicidad musculosa a Dwayne Johnson, muchos de nosotros teníamos alguna que otra duda, pero el detalle era una llamada de atención a lo que podría deparar el futuro del género si contaban con La Roca. Aquella película, Tesoro del Amazonas, era una inmejorable presentación además de un estupendo divertimento de la vieja escuela, y con ella despegó una carrera llena de éxitos pero que no termina de encontrar grandes películas en solitario
San Andrés, su último trabajo, encaja perfectamente en esa definición: la taquilla ha funcionado -más de cuatrocientos millones de dólares en todo el mundo-, aunque el resultado final tenga más defectos que virtudes.
La película de Brad Peyton -echen un ojo a su vibrante filmografía– carece de garra y espíritu, pero sobre todo de sentido catastrofista. No es que esperásemos El coloso en llamas, pero un poco de tensión y sufrimiento habría sentado fenomenal a la propuesta, muy loca, de un padre recorriendo California -por tierra, mar y aire- en busca de una hija que se las sabe todas y que nunca estará en apuros. Porque salió al padre, claro.
Con la familia invencible unida, ¿qué puede hacer San Andrés durante dos horas? Pues alternar secuencias impactantes -el accidente del inicio, sin filigranas ni tsunamis, funciona perfectamente- de ciudades temblorosas con otras no tan brillantes llenos de -regulares- efectos por ordenador -lancha por la ciudad- hasta que lleguen los títulos de crédito.
Ideal para que padres e hijos pasen un rato inofensivo y un programa doble de destrucción masiva proyectada junto a Poseidón.
2 / 5