Está claro que Michael Bay no es Ingmar Bergman (ni lo pretende), pero al igual que Aquí no hay quién viva, los Boca Bits o Daniel Sánchez Arévalo, tiene sus fans. Yo era uno sin, ir más lejos, hasta que en 2007 fue secuestrado por la saga Transformers. Desde entonces solo ha dirigido dos películas ajenas a las adaptaciones de los juguetes de Hasbro (para cuya quinta parte ya ha firmado). Por eso para los que abrazamos a Bay a mediados de los 90 como un nuevo Frankenheimer o McTiernan, 13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi se presentaba como un plato apetecible.
Sin embargo, el resultado ha sido bastante indigesto. En Dolor y dinero (Pain &Gain), Bay había realizado un notable thriller de humor negro que contenía, tras sus descerebrados protagonistas (moles de gimnasio), una perspicaz sátira de la peor cara de la cultura estadounidense. Pero en 13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi, el director se ha dejado llevar por la vena más patriótica y maniquea de su cine. Ya habíamos visto bastantes retazos de ese patriotismo barato en algunas partes de Pearl Harbor, pero en aquella ocasión conseguía contenerse un poco y realizar una película bélica comercial y al rebufo del fenómeno Titanic, pero digna.
13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi empieza bien. En seguida notamos que estamos ante una película de Michael Bay, por su fotografía saturada, el rápido montaje y la música de algún discípulo de la factoría Hans Zimmer, pero la cosa marcha. Insisto, ni él pretende ser Bergman ni nosotros ver la segunda parte de Fanny y Alexander.
Pero tras desencadenarse el nudo de la trama, la historia real del ataque por parte de islamistas radicales al complejo en el que se ha instalado el embajador de Estados Unidos en Trípoli, la película se precipita rápidamente y sin complejos hacia una orgía de disparos, frases arquetípicas del peor cine de acción de los 80 y testosterona.
Bay pretende (supongo) que el caos que vemos en pantalla transmita el que debieron de vivir los agentes de la CIA y las fuerzas especiales que lucharon la noche del 12 de septiembre de 2012 por mantener sus vidas, pero lo que de verdad queda en pantalla es un montaje confuso que causa saturación donde debería provocar en el espectador tensión o incluso miedo. Y es que, por mucho que yo le haya defendido muchas veces, creo que es hora de admitir que Michael Bay no es Ridley Scott, y 13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi, no es Black Hawk Derribado.
Una especie de El Álamo mezclado con la Delta Force de la mítica Cannon. El problema es que esta última sabía lo que era y no se tomaba tan en serio a sí misma como 13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi, en la que Bay, para más inri, se permite en la parte final de la película dar algunas lecciones de “democracia a lo USA” que sinceramente gustarán a un exmarine retirado de un pueblecito de Texas, pero quiero pensar que cualquier persona con dos dedos de frente no se tomará en serio.
Una pena, Michael Bay esperemos que cuando saques tiempo otra vez entre Transformers y Transformers (y Paramount te lo permita), vuelvas por los fueros de la excelente La Isla. O si quieres hacer algo más kitsch, puedes tirar por la vía de Armaggedon. Yo te seguiré dando una última oportunidad. Aunque tras 13 Horas: Los soldados secretos de Bengasi, entendería por primera vez que otros espectadores ya no lo hagan.
1.5 / 5