Colin Farrell repite y Nicole Kidman se sumerge por primera vez en el mundo surreal, opresivo y perturbador del griego Yorgos Lanthimos (Canino, Langosta), que se confirma como uno de los realizadores más personales y más relevantes de la última década y que en esta ocasión aporta su particularísima mirada a una trama próxima al thriller psicológico.
El discreto encanto del thriller de autor
Las clasificaciones por géneros no se hicieron para un cine como el de Yorgos Lanthimos, y de ahí precisamente su originalidad y su mérito. Para entendernos, y sabiendo que ello supone recurrir a una aproximación más bien grosera, podría decirse que mientras Canino era una película de terror a lo Lanthimos, y Langosta una comedia romántica a lo Lanthimos, El sacrificio de un ciervo sagrado sería un thriller psicológico a lo Lanthimos. El primer punto a favor de la película, de hecho, es el de conseguir dar una vuelta de tuerca, a través de la atmósfera surreal y onírica propia del director y de una cierta dosis de fantasía, a un tema tan manido como el del desconocido inquietante que perturba la paz de una familia y la va sometiendo a un acoso progresivo, una premisa tan tópica que de hecho ha acabado saliendo del universo temático del cine y pasando más bien al del telefilm.
El segundo acierto es el de evitar una lectura reduccionista de la película. No estamos ante una defensa ni ante una crítica de la familia burguesa, aunque algunos elementos de la historia se podrían interpretar en un sentido o en el otro, ni ante una historia con mensaje social, ni en un relato donde se refuercen ni se cuestionen los roles que las convenciones del género asignan a los buenos y al malo de la función. Aunque pudiera parecerlo a simple vista, una vez más Lanthimos no ha llevado a cabo una fábula ni una parábola, puesto que una y otra implicarían una moraleja, sino que su cine más bien consiste en cuentos de hadas profundamente perturbadores e inquietantes en los que la realidad y la fantasía son indisolubles y en los que no existen metáforas ni mensaje. Es fácil deducir que muchos espectadores pueden verse decepcionados si intentan buscar el sentido o la explicación de la película; de haberla será la que cada persona construya a partir de lo que la historia le transmita.
Por último, se puede decir que el director ha triunfado a la hora de avanzar en su carrera desarrollando un estilo propio muy reconocible pero sin repetirse, pasar de ser una rareza del cine griego a una figura internacional responsable de proyectos que atraen la atención de estrellas como Colin Farrell o Nicole Kidman, y multiplicar el número de salas donde se exhiben sus obras sin renunciar un ápice a su forma personalísima de narrar ni hacer concesiones de ningún tipo. Seguramente le seguirán superando en premios y reconocimientos otros autores más fácilmente clasificables que apuestan más por la obviedad, la moralina o la provocación y menos por la sugerencia y por lo inquietante, pero eso no es un problema para quien busca sobre todo poder seguir contando sus historias a su manera, y por ahora este parece ser el caso de Lanthimos.