El actor y director James Franco triunfa en contar de una manera interesante y divertida una historia tan anodina como el rodaje de una mala película, trabajo por el que consiguió, entre otros premios, la Concha de Oro en el último festival de San Sebastián. No obstante, al hacerlo se mete en un terreno anteriormente recorrido de manera magistral por Tim Burton en Ed Wood sin alcanzar los mismos resultados.
Cuando lo peor es solo lo peor entre lo mejor
Aunque a los redactores de páginas como esta nos gusta el ejercicio frívolo de seleccionar lo mejor y lo peor de cada año cuando llegan las fechas navideñas, somos conscientes de que, mientras en lo mejor probablemente no vamos a andar del todo descaminados porque llevar a cabo una buena película es muy difícil y por lo tanto el territorio del buen cine es acotado, las películas malas son infinitas y las que destacamos como peores del año no lo son ni mucho menos. Si han conseguido estrenarse comercialmente en salas, han pasado ya un filtro de calidad muy exigente y forman parte de una élite, y no digamos si se trata de películas extranjeras que alguien se ha gastado dinero en subtitular o doblar. Y si no han llegado al circuito comercial pero se han visto en algún festival, incluso en el más modesto que se pueda imaginar, han pasado también otro filtro y han demostrado ser mejores que las muchas que no han sido seleccionadas. Incluso para conseguir un crowdfunding, salvo que se tengan amigos ricos, la película debe contar con unos mínimos para que desconocidos o semidesconocidos paguen unos cuantos euros o dólares por ella. Aunque puede resultar chocante, lo cierto es que la mayor parte de espectadores nunca han visto una película realmente mala y tienen la suerte de pensar que las producciones televisivas de sobremesa constituyen el peor cine que existe, cuando son simplemente obras mediocres llevadas a cabo por profesionales planos pero generalmente solventes.
Pero a veces una de estas películas realmente malas, con sonido inaudible, planos desenfocados, actores que miran a cámara, saltos de eje y largo etcétera de despropósitos, se convierte en obra de culto por algún motivo de estos que solo un sociólogo podría explicar, y al parecer esto ha ocurrido con The Room, una producción amateur que, si hacemos caso a lo que cuenta The Disaster Artist, fue financiada por un personaje excéntrico, probablemente con algún tipo de trastorno de personalidad y desconocedor absoluto del medio cinematográfico, es decir, uno de los frikis deseosos de triunfar en el mundo del espectáculo que son pasto habitual de programas televisivos.
Buen cine que habla de mal cine
¿Es fácil hacer una buena película sobre el rodaje de una mala película? En absoluto, pero la principal virtud de The Disaster Artist es que lo difícil parezca fácil y lograr una narración fluida, entretenida y divertida a partir de un material muy limitado. Su principal inconveniente es lo odiosa que resulta la comparación con Ed Wood de Tim Burton, que también se vendió en su día como una obra sobre la peor película de la historia y que constituía todo un homenaje lleno de cariño hacia las personas sin talento que sienten pasión por algo y que, aunque lo hagan con torpeza, no podrían hacer otra cosa. The Disaster Artist en cambio no pasa de ser una comedia simpática, probablemente impecable, pero incapaz de transmitir emociones.