Hace unos días, durante la presentación de la 46 edición del Festival de Sitges, Ángel Sala hablaba de la importancia del género, pero también del festival, a la hora de marcar a una generación de cineastas que a día de hoy son nuestra gran esperanza. No todos han tenido la suerte de Bayona y Lo Imposible, pero ahí están Cortés, Balagueró, Plaza o Morales. Y luego está Eugenio Mira.
Director de una de las mejores marcianadas de nuestro cine (The Birthday), compositor de la banda sonora de Los Cronocrímenes (ojito a la edición del vinilo presentada en el Fantastic Fest por Mondo) y joven Robert De Niro en Luces Rojas, Eugenio Mira necesitaba un título como Grand Piano después de pasar sin pena ni gloria con Agnosia.
Y hay algo indudable una vez vista Grand Piano: el talento de su director consigue que un guión estándar, normalito tirando a tontorrón, carne de serie b para Guy Pierce o Nicolas Cage, se convierta en una de las mejores películas de suspense que se hayan rodado en nuestro país.
La elegancia del ejercicio de estilo de la película de Mira es abrumadora. ¿Que copia a De Palma? No lo sé, yo diría que rueda como el maestro. Es más: Passion, la última película del director de Scarface, parece más española que Grand Piano.
Puede que el presupuesto de la película esté lejos del que pueda tener un thriller medio americano, pero la forma en la que lucen todos y cada uno de sus planos, de sus trucos y de sus juegos de espejos son extraordinarios. Y eso no sería posible sin la fotografía de Unax Mendía ni la música de Víctor Reyes, elementos tan importantes como la entregada interpretación de Elijah Wood. Por cierto, si en su ópera prima el protagonista era un Goonie, aquí hay un papel para Alex Winter, el compañero de Keanu en las dos pelis de Bill y Ted.
Excesiva y muy loca, pero también (debería ser) tremendamente comercial, Grand Piano es un lujo que debería correr la mejor de las suertes.