Vamos a pensar que estamos ante una garrafal errata en los títulos de crédito de “The Bling Ring”, y creernos y mentirnos vilmente que Sofia Coppola realmente no ha prestado el nombre de toda una generación de cine para tamaño despropósito universal. Con una prometedora dupla inicial encabezada por “Las vírgenes suicidas” y llevada a un nuevo nivel con “Lost in Translation”, Coppola decide en su nuevo trabajo tirarse al vacío sin paracaídas.
Acompañada por un reparto joven, encabezado por Emma Watson, que parece más encaminada a ser la nueva Alizée que a desprenderse de su galón Potter, presenciaremos la reconstrucción hecha “cine” de unos acontecimientos reales, donde un grupo de jóvenes, puerta por puerta comienzan a desvalijar a la más alta cúspide del “star system” (Parys Hylton, Lindsay Lohan, Megan Fox…), que invitando a navegantes de la noche, parecen dejar abiertas las puertas de sus megalíticas mansiones, y diversos presentes como una general cajita bajo la cama con ingentes cantidades de dólares.
Esta premisa, que no da para más que para un par de noticias de minutos basura de telediario, llega a la gran pantalla en una fórmula bien sencilla. Buscar en Internet el domicilio del famosete de turno, desvalijar su casa, salir de fiesta con lo robado, y todo ésto elevado al cubo. Una y otra vez, como si te quedaras atrapado en una noria durante hora y media. Actuaciones de la parte baja de la tabla y algunas en puestos de repesca, con una película que si fuera más honesta hubiera llegado en formato de “telefilm”.
“Spring Breakers” es pura dinamita del arte contemporáneo juvenil en comparación. “The Bling Ring” hace uso de poca imaginación artística, de poco desenfreno en el metraje, de su autora no queda más que anodinos cantos de sirena al populismo y a la sincronía de la notoriedad.
Posiblemente, y mirando un poco más allá de nuestro ombligo, lo peor ya no será la película en sí, sino volver a vomitar del anonimato a estos vándalos del materialismo, a estos Carpanta de Louis Vuitton y Rolex, mostrados aquí como auténticos Robin Hood del estilismo. Para amantes de pseudo programas televisivos de cuyo nombre no quiero acordarme, bautizados de rosa y amarillo chillón.