Hay actores que resultan siempre cercanos, que te los crees hagan lo que hagan y que parecen actuar sin aparente esfuerzo. Gabriel Byrne es uno de ellos. El actor irlandés se ha labrado una prolífica carrera en la que nos ha brindado excelentes interpretaciones como la del psicoterapeuta de En terapia -imprescindible serie de HBO que os recomiendo recuperar si no la habéis visto-. También tiene trabajos alimenticios menos relevantes pero en los que en cualquier caso ha aportado, cuando menos, su elegante sobriedad. Como por ejemplo en La Asesina, defenestrado -y muy entretenido para mí- remake de Nikita de Luc Besson dirigido por el gran John Badham.
En El amor es más fuerte que las bombas (Louder than bombs), Byrne acierta de nuevo y encabeza un reparto sorpresivamente brillante en su totalidad, y esto lo digo por la presencia de Jesse Eisenberg, actor que suele lograr en sus papeles una extraña y difícil dualidad: la de ser cargante e insípido a la vez. En este drama de tono francés, apariencia estadounidense, pero nacionalidad noruega, Eisenberg consigue por primera vez en su carrera estar creíble.
El amor es más fuerte que las bombas es un drama de personajes. Una disección del duelo y de cómo este afecta de manera diferente a cada persona. Para ello, el noruego Joachim Trier se vale de la historia de un padre y sus dos hijos que con ocasión del homenaje que se va a brindar a su fallecida madre, una prestigiosa fotógrafa de guerra, tendrán que hacer frente a la pérdida que llevan años rumiando.
La pérdida en un sentido amplio y diferente para cada uno de los personajes, he aquí el gran acierto de la película. Trier traza un poliédrico retrato en el que habla con gran elegancia visual de la pérdida del amor, la pérdida de la adolescencia y la pérdida del foco vital.
Un padre viudo (Gabriel Byrne) que intenta rehacer su vida sentimental mientras convive con su hijo adolescente que parece odiarle. Un adolescente (gran Devin Druid) que intenta superar su duelo por la pérdida de una madre, a la que en vida no era consciente de necesitar tanto, mientras se adapta a un entorno para el que su exceso de mundo interior puede ser un lastre más que una ayuda. Un treintañero (Jesse Eisenberg) que acaba de ser padre por primera vez y ya tiene su vida profesional encauzada, pero que se dará cuenta al regresar al hogar familiar de que tal vez haya corrido demasiado. Y en el centro de este triángulo, el personaje de la fallecida madre (Isabelle Huppert), fotógrafa bélica incapaz de salir indemne de la doble guerra que la persigue, la real en sus viajes a los conflictos que cubre y la interna que vive en sus retornos a casa, en los que es incapaz de encontrar un sentido y una función a su vida.
El amor es más fuerte que las bombas es una película que no abusa de los subrayados, que deja que el espectador complete los pensamientos de los personajes. Una suerte de American Beauty menos yanqui y más nórdica (sin que esto signifique menoscabar en absoluto la obra maestra de Sam Mendes).
Quiero destacar, antes de terminar, el elegantísimo plano final, que no voy a describir porque merece descubrirse, y la bella partitura compuesta por el noruego Ola Flottum, apoyada en un emotivo tema central que desarrolla entero en los créditos finales.
4 / 5