Harmony Korine, el hombre que hacía que nos rasgásemos las vestiduras con cada uno de sus proyectos, la mayoría difíciles o directamente insoportables, se marca una jugada maestra y nos regala el Showgirls de la generación Tuenti. Spring Breakers, es el Harlem Shake definitivo, una fiesta brutal donde, sorpresa, hemos sido invitados y además no nos han registrado en la entrada.
Cine de arte y ensayo, cine pop, cine de gangsters y drama generacional, los colores fluorescentes y la (soberbia) banda sonora de Cliff Martínez y el montaje cuasi-onírico dan un empaque de película con poso que quizá le venga grande, pero que no desentona en una historia de niñas buenas y malas, de inocencia, juventud y pecado.
Nadie puede pensar que estamos ante una película profunda cuando las protagonistas, todas de encefalograma plano, dedican las horas muertas a hacer piruetas por los pasillos de la residencia de estudiantes. Ese mongolismo, quiero creer que voluntariamente impuesto por el director, ayuda a tomarse a la ligera esta historia de amor y crimen a muchas bandas.
Spring Breakers es un oasis, casi una celebración de la vida y la película más amable de un Harmony Korine que no puede aproximarse más al mainstream. A pesar de todo, seguirá dividiendo a los espectadores.