Película que muestra el lado más oscuro e hipócrita del “sueño americano”, en el que todo debe ser impoluto y moralmente correcto. Margot Robbie y Allison Janney deslumbran con dos interpretaciones magistrales en una película fuera del canon del biopic.
La sociedad contra la princesa del pueblo
El biopic casi se ha convertido en un género en sí, son tantas las películas que están basadas en personas reales, que el que se estrene una nueva no levanta pasiones, precisamente. Sin embargo, es el caso opuesto de ‘Yo, Tonya’, una interesante, ácida e irónica tragicomedia que rescata la polémica figura de la patinadora artística Tonya Harding. Ganadora de un Oscar a la mejor actriz de reparto para Allison Janney y nominación al Oscar a la mejor actriz para Margot Robbie, se está ante una de las mejores cintas de la temporada de los Oscar que acaba de terminar.
La película narra en retrospectiva la carrera como patinadora artística sobre hielo de Tonya Harding, joven promesa olímpica que se convirtió en la primera patinadora estadounidense en lograr un triple axel en competición olímpica. Sin embargo, su origen humilde y el ser de una familia desestructurada no le ayudaron nada en su carrera. Su madre, una mujer cruel, tóxica y completamente inhumana, y su marido, un hombre envidioso, celoso, machista y maltratador, provocaron, en parte, su caída en desgracia, especialmente por el controvertido incidente que protagonizó su marido cuando mandó pegar con un bate de béisbol a la rodilla de Nancy Kerrigan, rival deportiva de Harding, iniciando una sucesión de noticias que terminarán con ella implicada en la agresión, condenada a no volver a patinar en su vida y con toda la opinión pública en su contra.
La dura y maltratada vida de Tonya Harding, la antiheroína improvisada
Dirigida por Craig Gillespie y con guion de Steven Rogers, ‘Yo, Tonya’ se convierte en el mejor largometraje tanto de uno como de otro, sorprendiendo con su retrato mordaz de la clase baja, obrera y blanca de los Estados Unidos, aquella a la que ha olvidado el Partido Demócrata y la mayor parte de Hollywood. Alejándose de estereotipos en todos los sentidos, el filme rompe el esquema del canónico biopic, alejándose de la temible agresión contra Kerrigan, sucedida a inicios de los años 90 y que fue el caso más mediático del deporte tras el caso de O.J. Simpson. Eso sí, el filme en ningún momento entra en el grado de implicación de la expatinadora, dejando al público decidir sobre ello.
La película sorprende con su ácido humor, propio de la comedia negra, que se combina muy bien con duras dosis de realidad, cercanas al cine social. El retrato de la vida de Tonya Harding, de su ascenso y caída, es narrado mediante entrevistas a modo de falso documental, rompiendo la línea narrativa en varias ocasiones y dando libertad al filme de poder ser contradictorio y paradójico, al mostrar versiones diferentes de los relatos según quién lo narre. Además, el filme tiene cierto tono de crónica de sucesos muy propio de los años 90. Aunque las escenas deportivas son completamente esquemáticas, no aportan mucho precisamente, son las imágenes de detrás, los entrenamientos, la vocación del deporta y el entorno de la patinadora, los que interesan. Mención especial para unos personajes tan esperpénticos que el que estén basados en personas reales, hacen que se piense hasta dónde puede llegar la realidad.
Ahí Gillespie y Rogers crean un crítico retrato de la sociedad estadounidense, del “sueño americano”, aquel que pide que sus héroes sean ejemplares moralmente, que crean en Dios, que tengan una vida correcta, casados y con hijos, con una familia funcional, aunque solo sea fachada. Pero no solo ataca a un sistema elitista, propio del mundo de las castas, en la que “una paleta deslenguada” no tiene que rivalizar con “una verdadera princesa burguesa y novia de América”, también lanza un duro ataque a los medios de comunicación, que no mostraron piedad a la hora de atacar a Harding, hasta el nivel de obviar su presunción de inocencia y acosarla a la puerta de su casa. También ahí el filme vuelve a su punto de vista inicial, a la de un duro retrato de la hipócrita sociedad estadounidense, en la que parece que debe haber héroes y villanos, y en la que se busca derrumbar al rival hasta llevarlo al mismo infierno.
Margot Robbie y Allison Janney deslumbran con magníficas interpretaciones
Y en medio de tan sagaz crítica están dos actrices excepcionales, magníficas, en pleno estado de gracia. Margot Robbie representa magníficamente el idealizado sueño americano en una figura a la que defiende con especial esmero, en la que es capaz de reflejar una sonrisa pletórica hasta el más desgarrador llanto en solo un instante frente a un espejo. Fabulosa, su mejor interpretación hasta la fecha, capaz de dignificar una figura polémica, envuelta desde su niñez en malos tratos y carencias afectivas, espeluznantes y muy violentas son sus escenas conyugales con un correcto Sebastian Stan. Aunque, la que deslumbra realmente es Allison Janney como LaVona Golden, la cruel y perversa madre de Tonya. Janney encarna a la maldad más cruda, se mimetiza en una mujer esperpéntica, nacida en el odio, el que también pretende transmitir a su hija, a la que le destroza la vida. La actriz deja lejos a J.K. Simmons como el Oscar de reparto al personaje más maligno.
‘Yo, Tonya’ no habrá tenido el reconocimiento necesario en la última carrera a los Oscar, ambas actrices nominadas y una de ellas ganadora pero el filme hubiera podido aspirar a más porque bien se lo merece. Un fehaciente retrato de la clase baja estadounidense y de cómo la gran élite es capaz de ponerle la zancadilla (o golpearle con un bate de béisbol) para dejar bien claro su origen. Mordaz e irónica y con dos actrices espléndidas, ‘Yo, Tonya’ es, junto con ‘The Florida Project’, uno de los mejores exponentes del cine social estadounidense actual.