Dani Rovira se confirma como el rey de la comedia española con la adaptación al cine de Superlópez, el célebre antihéroe narizotas creado en los años 70 por el dibujante Jan. La película cumple sus objetivos de entretenimiento tan eficaz como intrascendente.
SUPERLÓPEZ de Javier Ruiz Caldera
La adaptación al cine de los comics de Jan protagonizados por un superhéroe narizotas parodia de Superman ha tardado 45 años pese al éxito casi inmediato del personaje desde su primera aparición en el mundo editorial. En su época habría sido imposible abordar el proyecto con un mínimo de calidad, por falta de capacidad industrial y de enfoque comercial. En 2018 sí existen profesionales en el cine español con un concepto artesanal y no autoral de su trabajo dispuestos a cumplir con solvencia encargos de una productora, y sobre todo existen también fuentes de financiación potentes, como son las grandes cadenas de televisión, necesitadas de producir un cierto número de películas al año por obligación legal y lo suficientemente sensatas para ver esta tarea como una posible fuente de ingresos y no como una inversión a fondo perdido. En esa búsqueda de ideas atractivas para el gran público, tras Mortadelo y Filemón y Zipi y Zape, antes o después le tenía que llegar el turno a este otro personaje muy popular del noveno arte nacional, al menos entre el público de mediana edad.
Parodia sin nostalgia ni kitsch
Naturalmente el contexto tanto social como de la industria del entretenimiento en el que aparece Superlópez la película se parece muy poco a los años 70 de los comics, en los que la primera superproducción hollywoodiense sobre Superman no existía o era un estreno reciente. No obstante, mientras que las últimas películas sobre Zipi y Zape no tienen prácticamente nada que ver con los personajes originales, Superlópez, al tratarse de una parodia, sí es susceptible de una adaptación que no solo toma el nombre y la iconografía del personaje sino también su entorno y su concepto: un oficionista mediocre con pocas posibilidades de prosperar en el ambiente trepa de una oficina en una Barcelona todavía no invadida por el turismo de masas y retratada entre el costumbrismo pintoresco y la metrópolis superurbana y alienante a imitación de las grandes ciudades norteamericanas. La película hace lo posible por mantenerse fiel al sentido del humor de los tebeos originales y solamente actualiza lo imprescindible para no caer en lo anacrónico ni en lo vintage; aunque da esa impresión viendo el primer teaser de la película, en el que sonaba de principio a fin Soy un truhán soy un señor de Julio Iglesias, no hay nostalgia ni kitsch en el film y se trata evidentemente de una parodia de Superman, pero no de los comics originales.
Dani Rovira es el nuevo Resines
Estamos ante una comedia de acción dirigida tanto a quienes conocen los tebeos de Jan como a quienes no los han leido y que funciona y cumple sus objetivos en buena medida gracias a unos actores que asimilan y hacen suyos a la perfección los personajes: Dani Rovira se confirma como el rey de la comedia nacional y el heredero y la puesta al día del estereotipo del españolito de a pie que en décadas pasadas habían encarnado José Luis López Vázquez, Alfredo Landa, Antonio Resines y, en versión esperpéntica y negra, Santiago Segura. Rovira se encuentra además arropado por un estupendo elenco de secundarios: Alexandra Jiménez como novia borde, Julián López como compañero indeseable con look sospechosamente parecido a cierto líder político, y Maribel Verdú encantada como villana de opereta.
El otro responsable del previsible éxito del producto es el guionista Borja Cobeaga, uno de los cerebros responsables de Ocho apellidos vascos, que, además de sacar el mejor partido a Rovira, también sabe explotar como nadie los estereotipos locales y jugar la baza, aunque en esta ocasión de manera muy light y políticamente correcta, de los chistes basados en la baja autoestima nacional y del cachondeo ante un superhéroe español.
Con todos estos mimbres se ha tejido un título comercialmente solvente, divertido, fácil de ver, completamente intrascendente y que deja abierta la posibilidad de secuela. Sería injusto reprocharle que el humor no sea más ácido ni de mayor calado, así como difícil pensar en una adaptación mejor o en actores más adecuados.