Desde que codirigiera la inigualable odisea de los idiotas nacionales Borjamari y Pocholo, Juan Cavestany ha ido construyendo un fuerte cinematográfico (y teatral) en el que cada vez se encuentra más cómodo, y donde ha bajado el puente levadizo (oh, sorpresa) para invitar a los espectadores más desprejuiciados que deseen acceder a su interior.
Sigo recordando la película dirigida junto al omnipresente Enrique López Lavigne como una de las marcianadas más acertadas de nuestro cine, al igual que la sobresaliente Gente de mala calidad, último intento del director por hacer cine, digamos, comercial. Después llegaron sus celebradas (y en principio de muy corto alcance) Dispongo de barcos y El señor, dos piezas fundamentales para entender el universo Cavestany: cine cotidiano, pequeño, absurdo, cínico y desesperanzador. Vamos, nuestra realidad pura y dura.
El apoyo del bocaoreja y el ruido (sobre todo el causado por los aplausos allá donde se ha exhibido) han logrado que Gente en sitios llegue a algunas pantallas este fin de semana, y es algo digno de celebración.
Película coral, llena de personajes anónimos y cotidianos, no se centra en atar cabos a una trama común, es más, no existe una trama más allá de una serie de situaciones del día a día. Y a veces ni eso. Divertida, bajonera, surrealista y por momentos terriblemente aterradora, Gente en sitios es una experiencia que eleva la media del actual cine español de bajo presupuesto, un tipo de cine que, por desgracia, ha logrado que todo el mundo se empeñe en rodar una película. Antes todos hacíamos cortos, luego todo el mundo fue dj y ahora se ruedan cien mil películas al año entre colegas. Cavestany demuestra que no solo hace falta una cámara y unos actores para contar una historia: hace falta talento, imaginación y ganas de contarla.
En resumen, si tienes oportunidad de verla, ya sea en un cine cercano o en alguna de las plataformas digitales que también la ofrecen (mi recomendación es que no dejes pasar la oportunidad de hacerte con el dvd), no tengas miedo y dale una oportunidad. Puede que descubras lo que te estás perdiendo cada vez que sales a la calle con la mirada perdida en tus pisadas.
Otra genialidad manual a la altura de lo esperado. Ridículamente real y perversamente cercana.