Wayward Pines: el peligro de la precipitación

Fui demasiado optimista, lo reconozco. Creí estar ante la gran salvadora de la televisión fantástica de esta temporada (cuando en realidad es The Flash) y me precipité. Cierto es que la primera mitad de Wayward Pines mantiene un excelente tono pulp, gracias a un montón de acontecimientos, bajas y (no tan) inesperados giros de guión, que nos dejaban con ganas de más cada semana. ¿De verdad iba a ir así de rápido y ligero? ¿En serio que han conseguido condensar lo que sería una serie entera en diez episodios? En principio no había motivos para alarmarse, aunque varios amigos especialistas en ciencia ficción miraban la pantalla con la ceja como Ace Ventura y me pedían prudencia. Pero no hice caso a las advertencias y, si bien finalmente no me siento decepcionado con el resultado de la primera temporada de la serie apadrinada por M.Night Shyamalan, creo que la ocasión merecía un poco más de garra y pasión.

Cuando arrancamos Wayward Pines, con el ojo de su protagonista en primerísimo primer plano, pensamos que, quizás, arrancar exactamente igual que Lost era un aviso: “Hemos aprendido de los errores de nuestros mayores, confía en nosotros” Menuda sobrada y menudo recado para los responsables de la serie más exitosa y también más repudiada. Si (casi) nadie se dio por satisfecho con el final de la histórica Perdidos y aquí estábamos arrancando así, es que todos estaban mucho más seguros del camino a seguir.

La premisa, como escribí hace un par de meses por aquí,  nos situaba más cerca de los límites de la realidad o El Prisionero que de la serie con la que JJ Abrams – WikiPedia empezó a devorar el mundo: un extraño en tierra extraña rodeado de extraños acontecimientos, secretos y desapariciones.

En efecto, la velocidad a la que los guionistas de la serie ametrallan al personal terminará jugando en su contra. Personajes desdibujados, apenas trazados, van sumando su participación mientras la trama avanza a trompicones a partir del momento en que los más importantes deben hablar un rato. Poco importa en realidad qué ha pasado (ni dentro ni fuera) si los personajes sueltan sus líneas como en un episodio más de cualquier otra serie y no hay pulso a la hora de dotar de emoción a los hechos. Los personajes, encabezados por un Matt Dillon que termina cayendo en la apatía, consideran que el que uno de los personajes responda en realidad a otro nombre, es suficiente engaño como para rebelarse.

Con ese comportamiento infantil es poco probable que nos metamos en situación cuando se precipiten una serie de sucesos que, además, no están explicados del todo, error fatal cuando pretendes estirar un enigma que termina por mezclarse con la niebla hasta olvidarse por completo.

La información revelada por otros personajes, con cuentagotas, no sacian la sed de un espectador que puede terminar por llegar al agotamiento una vez almacenada tanta información inútil y que, además, podrá observar líneas de diálogo imposibles y forzadas para poder avanzar.

No es que Wayward Pines sea una mala serie, no lo es. Técnicamente es impecable y guarda, aunque no demasiadas, alguna imagen para el recuerdo: los teléfonos de las casas del pueblo sonando mientras éstas se iluminan es uno de los momentos más poderosos de la primera y puede que única temporada de Wayward Pines.

Después de unas cuantas semanas bastante gélidas en cuanto a buenos episodios, el desenlace de la temporada, sin ser el mejor episodio de la serie, sí termina con un (clásico) epílogo que apunta maneras y que dejaría esta primera sesión a la altura de un “previously…”

Lo que está claro es que la precipitación nunca es buena. Ni la suya ni la mía.