Crítica de Macbeth
Hay un hecho universalmente conocido (aunque no siempre puesto en práctica) en el mundo del cine: es imposible hacer una buena película sin un buen guión. Hace ya casi veinte años le preguntaron a Kenneth Branagh, con motivo del estreno de su magistral adaptación íntegra de Hamlet, por qué estaba tan obsesionado con llevar al cine obras del dramaturgo inglés. Su respuesta fue directa y elocuente: “Como director, quieres contar siempre con el mejor guión posible. Y no hay mejor guionista que Shakespeare“.
Tanto Hollywood como cineastas de otras latitudes han recurrido (y seguirán haciéndolo), a Shakespeare. Orson Welles, Laurence Olivier, Franco Zefirelli, Baz Luhrman o por supuesto el ya citado Branagh, han rodado varios de sus trabajos más destacados adaptanto obras del inglés.
Y es que los temas de las obras de Shakespeare son y serán universales: el amor, los celos, la familia, el poder…
En el caso concreto de Macbeth, la película que nos ocupa, ya existían muy notables adaptaciones anteriores como la de Welles en 1948 o la de Polanski en el 71, superior en algunos aspectos incluso a la del director de Ciudadano Kane.
Las dudas, por tanto, al enfrentarnos a esta nueva adaptación a cargo del australiano Justin Kurzel eran comprensibles. Sin embargo, desde la batalla inicial hasta el final (que no voy a destripar por si queda todavía algún despistado a estas alturas que no lo conozca), este Macbeth se descubre como una película exuberante en todos los conceptos. Desde la puesta en escena y el montaje, hasta la interpretación de Michael Fassbender (el actor junto con Tom Hardy de mayor magnetismo del cine actual), pasando por la portentosa banda sonora de Jed Kurzel, hermano del director y fundador de la banda de rock The Mess Hall.
Podrá discutirse cual es la mejor adaptación de Macbeth a nivel global, pero si nos atenemos solo a la factura visual, sin duda la película de Kurzel sería la ganadora. Y si el apartado visual y sonoro cumple con creces, al texto tampoco se le pueden poner excesivas pegas, ya que adapta con bastante fidelidad la obra original (imprescindible verla en versión original).
Mención aparte merece Michael Fassbender, pletórico en todos los aspectos y construyendo un Macbeth fiero y carismático, una especie de estrella de rock bipolar que solo se ve empequeñecido por su Lady Macbeth, interpretada por una solvente Marion Cotillard a la que tal vez le falta algo de fuerza para hacer frente al monstruo escénico que es Fassbender.
Estoy seguro de que habrá quien acuse a este Macbeth de jugar con las cartas marcadas. De aprovecharse del carisma de Fassbender y la calidad del texto de Shakespeare para dar rienda suelta a una estética un tanto videoclipera. Se equivocan quienes valoren así la película de Kurzel. Si por algo destacan las obras de Shakespeare es por su vigor y su desacomplejada búsqueda de la atención del lector mediante la belleza y la sonoridad del texto. Kurzel no ha hecho más que seguir estos mismos principios para entregarnos una de las obras más bellas, vibrantes y vigorosas visualmente de la temporada.
En uno de los monólogos más bellos de la obra, en el que Macbeth habla sobre la vida, Shakespeare escribió la que perfectamente podría ser la sintesis de esta crítica: “Una historia contada por un necio, llena de ruido y furia”.
4 / 5