Crítica de Dallas Buyers Club
Después de cosechar todos los premios habidos y por haber, al menos en las categorías interpretativas masculinas, llega a nuestros cines la película por la que, de momento, serán recordados Matthew McConaughey y Jared Leto.
Jean-Marc Vallée dirige con aplomo la historia real de Ron Woodroof, un electricista aficionado al rodeo, bebedor, drogadicto y poco precavido a la hora de tener relaciones sexuales, al que se le diagnosticó SIDA allá por 1985, además de una esperanza de vida de treinta días. Su empeño en sobrevivir le permitió llegar a 1992
Dallas Buyers Club es agradecida, además de por el impecable trabajo de su protagonista, por su tono de comedia negra cruel y desalmada, al menos durante su primera parte. Cuando el protagonista toma conciencia y comienza a ejercer de Erin Brockovich, la narración se resiente de su tono apagado y plomizo, sobre todo en la parte de la trama que implica al personaje de Jared Leto, probablemente el personaje más extrañamente premiado de los últimos años en lo que se refiere a reconocimientos de prestigio.
Todo es correcto, nada desentona, la música, elaborada con éxitos de T.Rex o Shuggie Otis es infalible y la fotografía de Yves Bélanger cumple con su cometido, pero Dallas Buyers Club no puede evitar caer en el farragoso terreno de películas con enfermos terminales, a pesar de huir con elegancia del melodrama facilón, adquiriendo con ello esa tonalidad de película de sobremesa con estrellas muy implicadas en el asunto. No olvidemos que hasta hace cuatro días, siempre según los criterios de la gran industria, los actores de esta película eran poco menos que condenados a encabezar películas para la tele.
2.5 / 5