Crítica de El repostero de Berlín
Una película romántica a caballo entre Berlín y Jerusalén que habla de contacto entre diferentes culturas y diferentes sexualidades. Su director, el debutante Ofir Raul Graizer, demuestra estilo propio tanto visual como conceptualmente, pero la historia adolece de agujeros de guión y estructura que la convierten en una obra interesante pero fallida.
EL REPOSTERO DE BERLÍN de Ofir Raul Graizer
Ofir Raul Graizer, que debuta con esta película como director y guionista de largometrajes, es un israelí afincado en Berlín, y no es de extrañar que su opera prima hable de los contrastes entre diferentes continentes, lenguas, culturas, religiones, gastronomías … y también diferentes formas de vivir todos los aspectos de la vida y en particular la sexualidad. Este mundo personal híbrido emparentaría directamente por un lado con el cine de Ferzan Ozpetek (Hamam el baño turco, El hada ignorante), un turco que hace años se convirtió en cierto sentido en el director gay por excelencia del cine italiano, y por otro con el cine romántico donde se ensalzan las habilidades culinarias y el placer de la comida enlazándolos con los sentimientos, las emociones y el apetito sexual (Deliciosa Marta, Chocolat, Un toque de canela, y largo etcétera).
No obstante, El repostero de Berlín tiene sus peculiaridades: en primer lugar, el director y guionista no es europeo y, aunque la historia comienza con el punto de vista del repostero alemán, Oriente, la cultura judía en este caso, no se ve como algo exótico que seduce a un occidental en principio receloso de lo desconocido y lo diferente, sino que en este caso es Occidente quien tiene que seducir a través de su exotismo y del hedonismo gastronómico el rígido mundo de cocina y cultura kosher de Jerusalén. También los roles de género están invertidos porque es el personaje masculino el que representa la delicadeza y la sensualidad y el que despertará a la protagonista femenina de un letargo tanto erótico como emocional.
Pero la diferencia más fuerte con el cine romántico es que la auténtica historia de amor de la que habla la película, aunque, probablemente por razones comerciales, el cartel lleva a engaño, es la que ha existido entre dos hombres, el pastelero alemán y un ejecutivo israelí casado al que el primero busca en Jerusalén tras su desaparición. Se trata de una propuesta arriesgada ya que la historia que surge entre el pastelero y la esposa de su amante resulta ser un ideal romántico imposible y trágico: intentar recuperar al amor desaparecido a través de la persona más próxima a este. Y además de ética dudosa, puesto que solo una de las partes es consciente de la naturaleza de sustitutivo que tiene la relación que va a surgir entre la esposa y el amante del marido.
La película se mueve por lo tanto en un terreno muy resbaladizo que puede decepcionar tanto al público del cine romántico como al del cine LGTBI, y donde lo que pretende ser un híbrido y un puente entre culturas y orientaciones sexuales puede haberse quedado en un relato confuso en el que no es evidente sacar conclusiones respecto a qué tipo de historia ha querido contar el autor. Esto se suma a un tratamiento más bien pobre de los personajes secundarios y a un ritmo más lento de lo que debería, sobre todo teniendo en cuenta que el espectador conoce desde el principio las razones por las que el protagonista ha viajado a Jerusalén, una decisión de guión y de montaje tal vez cuestionable, y por lo tanto no hay necesidad de que el público encaje las piezas. Se trata de un debutante, así que habrá que esperar a sus próximas obras para ver si en ellas se subsanan las lagunas de guión y de montaje de las que adolece El repostero de Berlín y el director consigue sacar más partido a su talento para la planificación de secuencias y a su mirada humanista como autor.
Tráiler de El repostero de Berlín en Español