Crítica de Los juegos del hambre (2012)
Durante una hora aproximadamente uno tiene la sensación de que Los juegos del hambre podría llegar a ser una interesante película de ciencia ficción para todos los públicos. Tiene esa sensación hasta que la película juega todas sus cartas, unas cartas que, no olvidemos, ya se repartieron en la novela de Suzanne Collins. Hasta algo más de la mitad de película, su director, el estándar Gary Ross, se apoya en una fotografía realista y en una banda sonora que hacen mucho por una película que muestra un futuro bastante parecido al presente, donde los chavales que van a matarse a los programas de televisión son tratados como reyes y donde la gente viste mal. De hecho, es probable que los cuarenta y cinco minutos iniciales se parezcan mucho a lo que debió pasar Belén Esteban cuando fichó por Telecinco.
Los actores –y Lenny Kravitz- aguantan el tipo y hasta el personaje de Stanley Tucci resulta divertido por momentos. Pero la cosa cambia cuando la película tiene que salir a la arena y tratar de adaptar ese Battle Royale para abuelas y fans de la saga Crepúsculo que tenemos entre manos. Es lógico que el nivel de violencia sea ínfimo –si no los más de trescientos millones que lleva recaudados en USA serían la mitad-, algo que el director camufla con un montaje lleno de vaivenes de manera inteligente, pero todo en Los juegos del hambre –la película- carece de la pasión necesaria para desatar alguna emoción en el espectador y falla calamitosamente en su concepto de cacería humana, monótona y fría, hasta lograr que nos importe más bien poco los bruscos puntos de giro, supongo que emocionantes en las páginas, pero absolutamente idiotas en la gran pantalla.
Al final estamos ante un producto tan imbécil como Battleship, pero convencido de ser la última gran película americana.