Crítica de El Atlas de las Nubes

Después del batacazo crítico y comercial, a todas luces injusto de Speed Racer, la verdadera película del futuro, los hermanos Wachowski vuelven con El Atlas de las Nubes. Y sospecho que el resultado va a ser el mismo, aunque la película no revolucione el panorama como han venido haciendo hasta ahora.

Adaptación de una novela de David Mitchell, recientemente reeditada en nuestro país, bastante compleja y enrevesada, ha necesitado de un tercer director para llevarse a cabo, siendo el elegido el director de Corre, Lola, Corre o El Perfume, el alemán Tom Tykwer.

El Atlas de las Nubes es cine fantástico, filosófico y mastodóntico, y convierte una serie de historias, distanciadas en el tiempo y el espacio, en una sola película. Si los Wachowski pusieron patas arriba el método hace cinco años, con una prodigiosa película sobre carreras de coches del futuro, aquí vuelven a demostrar que son únicos a la hora de hacer fluir un metraje, en este caso, desproporcionado. El montaje de Alexander Berner, apoyado en la única estructura de los directores, es lo más espectacular de la película, un acierto pleno.

Lo que es más discutible es la carga filosófica y la capacidad de llegar al espectador, de emocionar, cuando lo único que vemos es un desfile de carnaval donde una serie de actores populares presentan un conjunto de disfraces que van de lo original a lo ridículo. Uno detrás de otro.

Lo más difícil es comprender qué tipo de expectativas había en un proyecto como El Atlas de las Nubes, una película independiente de cien millones de dólares, más allá de la tozudez de una pareja que no ha vuelto a surcar los cielos del éxito público desde los tiempos de la famosa trilogía de Neo y Trinity.

No es una castaña de la que huir, pero sí una película difícil de recomendar.