Crítica de El hilo invisible
El director de Magnolia y Pozos de ambición se atreve con un relato de época con salones y vestidos elegantes. A pesar de lo exquisito de la puesta en escena y las seis nominaciones al Oscar que ha conseguido, la historia de amour fou un tanto grotesca protagonizada por Daniel Day Lewis y la semidesconocida Vicky Krieps no acaba de funcionar.
Daniel Day Lewis en El hilo invisible de Paul Thomas Anderson
Tras dos películas que pasaron más desapercibidas, The Master y Puro vicio, Paul Thomas Anderson ha vuelto a colocar su último título entre las favoritas a varios premios, Oscar incluido, gracias a utilizar una fórmula que no suele fallar, como es la película de época con gran diseño de producción, vestuario y ambiente lujoso. Desde comienzos de su carrera Anderson, ambicioso y amante de los peliculones melodramáticos, grandilocuentes, excesivos y de larguísimo metraje, ha intentado lo más difícil: ser un autor estrella de Hollywood como Scorsese o Tim Burton, ejercer además a la vez como guionista y productor, y llevar a cabo proyectos grandes y caros con apoyo de la industria pero manteniendo un estilo personal y el mismo control sobre sus obras que un director europeo. Ha triunfado en el sentido de que consigue hacer sus películas sin las bancarrotas ni los altibajos extremos de un Coppola, pero hasta el momento no ha alcanzado el éxito con mayúsculas ni firmar una obra maestra unánimente aceptada; su mayor logro hasta la fecha, Magnolia, no pasa de ser una película controvertida con opiniones enfrentadas y él mismo es un autor de culto que tiene sus fans entre la cinefilia pero que no acaba de trascender entre el gran público.
Un cadáver exquisito
Y El hilo invisible tampoco será la obra maestra que su director tanto anda buscando. La madurez de sus 20 años de carrera ha vuelto a Anderson más comedido en la forma, algo menos barroco y exhibicionista en cuanto a puesta en escena y lo ha alejado de la complejidad de los relatos corales como Boogie Nights o Magnolia, pero no le ha quitado un ápice de grandilocuencia operística ni le ha aportado talento como guionista ni templanza para dosificar la acción ni crear un ritmo y un crescendo narrativo: el film pretende mantenerse durante todo su metraje en una cresta perpetua recargada por un uso continuo e irritante de la música de piano. Mientras sus primeras películas mantenían un tono de cine independiente que construía su estilo precisamente a base de exceso y de situaciones límite emocionales, estos parámetros aplicados a un relato burgués de época que pretende pasar por clásico dejan una sensación de cadáver hermoso pero gélido.
La exquisitez de las interpretaciones, la producción, el vestuario y los decorados no consigue tapar lo endeble del guión y sobre todo lo equivocado del tono de la película. Comparada con Lunas de hiel de Roman Polanski, otra historia de amour fou, o con la más reciente Elle de Paul Verhoeven, otro título de un director con personalidad sobre personajes que actúan de una forma irracional, tanto Polanski como Verhoeven muestran una habilidad de la que Anderson carece a la hora de crear una atmósfera de tintes surreales en la que lo absurdo encaja con gran naturalidad. Probablemente la clave resida en que ambos directores conocen sus limitaciones como guionistas y se apoyan en novelas; Anderson en cambio salta sin red, y no se le puede negar el mérito por su capacidad de riesgo, pero se estampa contra el suelo sin más amortiguación que el probable Oscar al mejor vestuario.
Crítica de El hilo invisible
- Dirección
- Guion
- Actores
Resumen
Paul Thomas Anderson vuelve a realizar una obra pretenciosa y excesiva donde se evidencian tanto sus méritos como realizador como sus limitaciones en cuanto al guión y al tono, ya que no consigue que su historia de amour fou entre los protagonistas resulte creíble. Se puede destacar como punto fuerte el diseño de producción y las interpretaciones, mientras que el uso de la música sería lo peor de la película.
Tráiler de El hilo invisible