Crítica de Marte (The Martian)
Después de contentar a unos pocos (entre los que me incluyo) con Prometheus, el director de Alien vuelve a la ciencia ficción, terreno donde se mueve como pez en el agua. El problema de Marte es que también nos devuelve al Ridley Scott de Gladiator, el director de prestigio que diseña películas ideales para públicos perfectos de multisalas.
Olvídese de riesgos estilísticos o argumentales. También, casi, de ciencia ficción. Marte está diseñada para gustar a todos, y además lo hace de manera muy, muy insistente y de la forma, digamos, menos esperada (para mal) en lo que debería ser una nueva historia de ciencia ficción post-Interstellar.
Marte bate el récord de secuencias de gente contenta aplaudiendo en la sala de control de la NASA (Apolo XIII dejará de ser el recurso paródico por excelencia) y presenta la peor sección musical posible para una adaptación de una novela que no juega en la misma liga. Aquí no hay intensidad, porque esa mezcla de Robinson Crusoe y MacGyver al que da vida un Matt Damon siempre cumplidor, no merece que ABBA o el mismísimo David Bowie pongan ambientación a las secuencias de montaje que preceden al desenlace.
El planeta rojo es casi un McGuffin para que un montón de rostros reconocibles y carismáticos se paseen preocupados por un montón de habitaciones (en la Tierra) y traten de encontrar soluciones a un problema que, y ahí está el gran problema de la película, nunca es demasiado grave porque todo se soluciona en la siguiente escena.
Dando por hecho que esto es Hollywood, es agradable y es para todos, es imposible imaginar un desenlace pesimista para una aventura que se cree más vital que el propio protagonista. Scott se empeña en afear el resultado recurriendo a dobles de cuerpo y dando excesiva ligereza a una trama que debería abrumar al espectador a base de intensidad, riesgo y aventura. No hay ni rastro de ninguno de estos factores en The Martian y probablemente por eso va a funcionar en taquilla y en la próxima ceremonia de los OSCAR ®
2 / 5