Crítica de Drácula 3D

Holmes, Watson y Drácula. Después del curioso y aburrido experimento de José Luis Garci (me refiero a la película, no a la sospechosa venta de entradas fantasma), llega el turno de una película de similares proporciones.

Dario Argento, el que fuera el maestro del suspense europeo, el rey del giallo y uno de los más arriesgados y rompedores autores del fantástico, sobrevive a duras penas en el mundo del cine, pero no será gracias a sus últimas producciones. Y Drácula 3D será recordada como uno de los mayores esperpentos de su filmografía.

Con producción (y guión) de, entre otros, Enrique Cerezo, el italiano se atreve con las tres dimensiones y con uno de los personajes más importantes del género, nada nuevo si tenemos en cuenta que Argento ya se encargó de El Fantasma de la ópera en su momento.

Drácula 3D, de Dario Argentó

Y el tiro ha salido como era de esperar: por la culata. Unax Ugalde, Rutger Hauer, Asia Argento y Miriam Giovenelli, esta última recordada por razones puramente extracinematográficas, encabezan el reparto de esta catástrofe sin estilo ni garra, rodada en algo parecido a decorados de teleserie española de gama baja y con unos efectos especiales sonrojantes que no devuelven, más bien lo contrario, a su director al mundo de los veteranos directores interesantes vivos.

A pesar de los palos, hay algo en Drácula 3D que, al igual que con Holmes y Watson, hace que la película permanezca en la memoria del espectador con cierto aprecio, probablemente porque va más allá de la basura fílmica. Será ese conde transformado en saltamontes gigante.