Crítica de X-Men: Días del futuro pasado
Si disfruté de Jack el cazagigantes el año pasado, creo que es lógico que su retorno a la saga que inauguró hace casi quince años me haya parecido el mejor trabajo de su carrera. No digo que Sospechosos habituales, Valkiria o su visión de Superman sean malas películas, y probablemente no lo sean, pero sí me parecen ladrillos importantes.
Bryan Singer pone toda la carne en el asador en X-Men: Días del Futuro Pasado, y con la ayuda de un estupendo guión que no necesita doce manos para no llegar a ningún lado, ofrece la aventura más complicada y cruel de los jóvenes mutantes (y los no tan jóvenes, que aquí se mezclan dos realidades separadas por cincuenta años de distancia), que viven sus días más dolorosos y complicados.
El título y la línea argumental del ciclo que da lugar a la película dejan claro que habrá dos tiempos distintos en una peli que va directa al grano y sin miramientos, aunque también es cierto que el viaje al pasado lo realizará Lobezno, en lugar de la Kitty Pryde del original. La razón tiene nombre y apellido: Hugh Jackman.
Como si el propio personaje, no ya el actor, fuera consciente de las decepcionantes peripecias que le dedican en solitario, Logan disfruta más que nadie de este retorno, más o menos, de la vieja escuela. Y es que si alguien revisa ahora las dos anteriores cintas mutantes de Singer no tardará en darse cuenta de que el director no ha tenido más remedio que adaptarse en X-Men: Días del Futuro Pasado al sentido del humor y el cachondeo sano de la anterior película dirigida por Matthew Vaughn, y en cierta medida ese detalle le honra aunque despachen al mejor personaje de la película con la misma velocidad con la que se mueve.
A pesar de mantener la arritmia clásica de una saga Marvel ajena a sus estudios, la nueva aventura de La Patrulla X es un estupendo blockbuster y una deliciosa aventura que confirma que, de momento, las revienta-taquillas de este año intentan ser algo más que una sucesión de planos de tres segundos.
4 / 5