Crítica de Star Trek: En la oscuridad (2013)
Ay, la oscuridad. El lado tenebroso de los héroes y el cine. Desde el momento en que Sam Raimi se estrelló, artísticamente hablando, con el reverso oscuro de Peter Parker, el mundo del cine se ha empeñado, con más o menos suerte, en reflejar esa negrura.
Después de tres batmans cortados por ese patrón y de un desafortunado, fallido y ortopédicamente negruzco hombre de acero, JJ Abrams lleva a la tripulación de su Enterprise a la oscuridad. Y además lo pone en el título. Y sí, esta es su tripulación, porque desde que rebautizara la oxidada nave, las cosas empezaron de cero.
Es innegable que la película bebe de una fuente histórica, ni más ni menos que la sensacional secuela de la película original, pero tampoco debe pasar inadvertido el tremendo tacto y exquisito gusto de un director que es capaz de recuperar el sentido de la maravilla con un prólogo de los de antes, de los tiempos en los que el cine era de aventuras, y que, de nuevo, nos recuerda que, al menos en el fantástico, estamos ante el heredero de Steven Spielberg.
Aquí ya tenemos a unos personajes que nos presentaron de manera ejemplar hace unos años, así que lo importante es meterlos en faena, mover fichas y que las pasen canutas. En la oscuridad es una partida estratégica, entre buenos y malos, pero también desde la misma disposición de funciones del Enterprise. Tenemos un villano feroz, tenemos persecuciones imposibles y unos diálogos afilados con mucho sitio para la socarronería habitual de cada uno. Los personajes descienden a los infiernos (en el prólogo, literalmente), y la gravedad, lejos de ser impostada, se manifiesta con crudeza implacable.
La música de Michael Giacchino pone los pelos de punta aunque la pantalla esté negra (vale, no es SU MÚSICA, pero Hans Zimmer hace poco se pasó por el forro otra popular sintonía y eliminaba esa posibilidad), lo que termina de poner la guinda a este monstruoso vehículo interestelar, interentretenido y extraordinario. ¡¡Y además es un blockbuster!!