Crítica de El último desafío

Hace muchos años, en este mismo planeta, había un austriaco que se dedicaba al cine de acción y que lo petaba cosa mala. Cada estreno de Arnold Schwarzenegger era un acontecimiento y motivo de celebración para los fans del cine. Ojo, no para los fans del cine de acción o de las peleas o los disparos y las persecuciones, no. Todos los fans del cine se ponían de acuerdo para destacar las películas que rodaba la estrella entre mediados de los ochenta y mediados de los noventa, hasta que empezó a perder fuelle con productos que no estaban a su altura, como El fin de los días, Daño colateral o Batman y Robin.

Después de Terminator 3, Arnie se pasó ocho años siendo el Gobernador de California, que no es moco de pavo, y dejándose querer por sus seguidores, testigos del final de un género que él revitalizó y que está en peligro de extinción.

Afortunadamente, su colega Stallone tuvo la ocurrencia de resucitarlo con la algo fallida pero necesaria Los Mercenarios, donde su colega Conan se dejaba ver un poquito y algo más en la secuela, muy superior al original.

Ahora, con un polémico divorcio y una necesaria biografía a sus espaldas, la estrella de Commando y Mentiras Arriesgadas vuelve a coger su fusil en el debut USA de Kim Ji-woon, talentazo coreano responsable de, al menos, una película extraordinaria como I saw the devil, y alguna rareza sobrada de talento como El bueno, el malo y el raro.

Hay que ser un cenutrio para dar la espalda a un proyecto como El último desafío y, lamentablemente, vivimos en un mundo donde son mayoría.

La película funciona como un tiro desde la divertida primera secuencia de presentación, donde nos queda claro que en el pequeño pueblo de Sommerton no están preparados para enfrentarse a un grupo de mercenarios de élite muy malos. Pero, amigos, el pueblo también tiene a un sheriff sobradamente preparado y a un equipo que te invita a unirte a la pandilla con gracia y salero.

El guión, sin ser flojo en absoluto, es un cliché que parece salido de otros tiempos mejores para el género, pero el trabajo de Kim Ji-woon tras las cámaras, brillante y discreto, mueve los hilos con un ritmo endiablado y se muestra valiente a la hora de volar por los aires a todo aquel que lo merezca (o no).

Otro de los aciertos de la película es el casting, lleno de gente entrañable (los del pueblo) y malos malísimos, donde hasta nuestro Eduardo Noriega, a pesar de ser un Macguffin (y de doblarse regular), funciona como narco al volante de un coche fantástico que espera que su ejército facilite su huida atravesando el pueblo del sheriff.

El director saca de su chistera un dinamismo ejemplar y no se corta a la hora de mostrar sangre en la pantalla, siempre con sentido del humor, ofreciendo un espectacular tramo final, donde el western y la Cannon van de la mano y nos devuelven a los buenos tiempos de antaño.

Y por si fuera poco, sale Johnny Knoxville. Como dice el personaje de Forest Whitaker al final de la película, rindiendo homenaje al protagonista: es impresionante.