Crítica de Infiltrados en la Universidad
Dos veranos después volvemos a tener en casa a Jenko y a Schimdt, la pareja de polis más divertida del siglo.
Phil Lord y Chris Miller repiten con Hill y Tatum después de la fiesta Lego y demuestran que siguen siendo los únicos directores de Hollywood a los que nunca se les baja el subidón.
Inteligente en su secuelismo, Infiltrados en la Universidad sabe a qué juega y además lo hace como una veterana, como si fuera ya la entrega 35 o 40 (no se pierdan los créditos finales) de una saga que se permite el lujo de arrancar su nueva aventura con un “Previously on 21 jump st.”
Muy meta y autoconsciente de ser una mera repetición con más dinero y medios del mismo esquema de hace dos años, 22 aprovecha ese lastre y lo convierte en su mayor virtud: ¿Teníamos un prólogo loco? Pues lo superamos. ¿Teníamos escenas de drogas? Pues las reinterpretamos. ¿Necesitábamos distanciar a los protagonistas? Pues volvemos a hacerlo y además vuelve a funcionar.
Ice Cube tiene más presencia en la secuela, además de ser el elemento clave de un momento muy particular de la trama que demuestra la habilidad de sus responsables: en un momento determinado de la película se produce uno de los giros más típicos y previsibles del género… y funciona com si fuera la primera vez que se hace.
Al igual que en la primera parte, la cantidad de información en pantalla es insultante y la película necesita un par de visionados para ver alguno de los guiños más memorables, alguno a priori tan cargante como un homenaje a Benny Hil termina por tener todo el sentido del mundo en una película tan loca como esta.
Puede que haya algo menos de acción y suspense durante su parte central, aunque aseguro que el clímax no dejará a nadie indiferente (la botella de plástico), pero lo más importante es que Infiltrados en la Universidad es la segunda parte de una comedia muy divertida y logra sacar más carcajadas por minuto que la original. Estamos ante la comedia del verano.
4.5 / 5