Crítica de Dos tontos todavía más tontos
Han pasado veinte años desde Dos tontos muy tontos (Dumber & Dumber), aquella comedia irreverente que supieron crear Peter y Bobby Farrelly, tanto en lo que concierne a la dirección como al guión. Allí, en 1994, los hermanos Farrelly reunieron a Jim Carrey y a Jeff Daniels, un dúo de una química contagiosa. Lloyd y Harry, dos sujetos que provocaron que el espectador ría a carcajadas por sus desventuras y su manera de meterse en todo tipo de situaciones embarazosas. Sin embargo, la película no resultó apta para el gusto de todos los públicos; algunos la acusaron de absurda y chabacana, mientras que otros la veneraron al comulgar con ese peculiar tipo de humor.
Finalmente, en 2014 llega a los cines la segunda parte. Dos tontos todavía más tontos (Dumber and Dumber To), también dirigida por los Farrelly, emerge con el duro desafío de renovarse respecto de la entrega precedente, sin perder su tono distintivo. Lógicamente y como no podía ser de otra forma, Carrey y Daniels vuelven a encabezar la historia, más veteranos pero congeniando con la misma frescura y sacando a relucir una buena cantidad de momentos hilarantes. Sólo para entendidos, para todos aquellos que disfrutaron de la proyección de los noventa y que aguardaban con ansias la secuela. De amores y odios, tómala o déjala.
Harry (Jeff Daniels) y Lloyd (Jim Carrey) vuelven a las andanzas sin que el paso del tiempo les haya ayudado a madurar ni siquiera un poco. Se mantienen con el mismo grado de locura y de espontaneidad de siempre, dispuestos a verse envueltos en embrollos por donde transiten y sin percatarse de las sandeces que destilan con cada uno de sus movimientos. En esta oportunidad, lo que pone en funcionamiento la narración es la aparición de una hija de Harry: éste, necesitando un trasplante de riñón, aprovecha la noticia recientemente recibida para intentar localizarla y que la chica le done el suyo.
Dos tontos todavía más tontos es muy similar al primer film. Ambos se valen de un humor desprejuiciado, políticamente incorrecto, ordinario. El género se mezcla otra vez con tintes de road movie y el ritmo no cesa un segundo. Es importante destacar este aspecto, el de la dinámica que posee el relato, recurriendo de manera ágil y constante a los chascarrillos, a los gags, siendo algunos realmente graciosos y otros no tanto por su previsibilidad.
Otro punto favorable radica en la nueva serie de eventos que se plantan en escena, barriendo con la duda que se agrupaba en la mente de los espectadores acerca de si aún quedaba la posibilidad de cimentar y exponer situaciones nuevas que no se hayan visto o agotado en la predecesora edición.
Es atinado mencionar que la obra que abrió el telón en los noventa poseía un conjunto de acontecimientos más incómodos y desternillantes que el flamante estreno, pero ello no significa que la película carezca de pasajes jocosos. Los hermanos Farrelly vuelven a barrer sin escrúpulos contra todo, en el límite de lo que a muchos le parezca ofensivo y a otros les divierta, sin dejar de ser fieles a sus métodos y procedimientos humorísticos.
Jeff Daniels cumple, se fusiona en buena forma con su socio, pero es Jim Carrey quien más se luce gracias a su timing, chispa y a toda esa capacidad innata que le permite conquistar al observador con su espontaneidad y con ese don especial para esbozar todo tipo de muecas y gesticulaciones tan extravagantes que inducen a la risa fácil.
Dos tontos todavía más tontos tiene una premisa clara y bien definida. No merece ser analizada desde sus defectos en cuanto a resoluciones discutibles que hacen más bien a un tema de guión. El énfasis está puesto exclusivamente en lo humorístico, con orientación hacia lo absurdo, lo inocente, lo grosero, lo escatológico y lo embarazoso. Como comedia cumple con su cometido con creces, y está casi a la altura de la primera película. Busca sacar carcajadas y lo consigue. Con eso alcanza y sobra.
4 / 5