Cuenta atrás para Mad Max: Furia en la carretera (1 de 3)
1979 fue un año muy loco. Spielberg se estrellaba con un acorazado como 1941, Ridley Scott conquistaba las estrellas con Alien, Walter Hill se ponía fino con The Warriors y los Python se cagaban en d**s con La vida de Brian.
Y entre todos se coló un australiano de 34 años con su primera película: Mad Max. La peli fue un acontecimiento en el país de los canguros y decidió doblarse al inglés americano para no volver locos a los espectadores yanquis. El esfuerzo sirvió de poco ya que no interesó a casi nadie por aquellas tierras.
El paso de los años, dos secuelas y la supuesta grandeza de la cuarta e inminente entrega ha situado a la saga de Max Rockatansky de nuevo en lo más alto de la polularidad, aunque es cierto que el culto siempre ha estado ahí.
Mad Max – Salvajes de la autopista, mejora con los años. Nunca es como uno la recuerda después del (pen)último visionado. Cuando recuerdas carreteras y Autos Locos te encuentras con un thriller enfermizo donde un padre de familia debe proteger a los suyos, y cuando la recuerdas como la agobiante pesadilla familiar de un poli quemado te encuentras con una peli de terror. Sí, porque la peli da mucho miedo.
La crudeza de algunas de sus secuencias no andan muy alejadas de títulos como La matanza de Texas, y el tratamiendo de algunos personajes, sobre todo en la llegada de los motoristas, recuerda al cine de zombies más clásico. Incluso tiene tiempo para aproximarse al western (la secuencia en la estación de tren, entre muchos otros duelos) y, claro, a la ciencia ficción.
La dirección de George Miller es impresionante en su primera película. La composición de planos, el manejo del formato y la búsqueda del encuadre perfecto van de la mano con una economía de medios donde se inventa un asalto a un camión en un planito general ejemplar. Por no hablar del casting, con un Mel Gibson que nació para ser Max (antes de ser Riggs) y con el inolvidable villano a quien dio vida Hugh Keays-Byrne. Ojo al dato porque Byrne también se encarga del villano de Furia en la carretera.
Mad Max es un film irrepetible, una pesadilla interminable (espléndido ejercicio de escritura para aguantar casi hasta el final para desencadenar acontecimientos chungos) en un ambiente hostil lleno de palurdos a la altura de los de Wake in Fright.