Cine español en blanco y negro: Películas españolas de los años 50 y 60 imprescindibles

Tras repasar las mejores películas del cine español de los años 70, 80 y 90, centramos nuestra atención en los clásicos en blanco y negro. Además del cine de barrio existió un cine de calidad que consiguió resistir frente a la censura franquista: las películas de Luis García Berlanga, de Juan Antonio Bardem y, por supuesto, el regreso de Buñuel a España con Viridiana, no podían faltar entre los 10 mejores clásicos del cine español de los años 50 y 60.

10 CLÁSICOS EN BLANCO Y NEGRO DEL CINE ESPAÑOL

Hitler se cargó el cine alemán. Durante los años 20 del pasado siglo el expresionismo había colocado a Alemania a la cabeza del cine mundial, al nivel de Estados Unidos o la Unión Soviética. Pero los nazis obligaron a exiliarse a Billy Wilder, Lubitsch, Fritz Lang, Josef Von Sternberg y muchos otros, para gran beneficio de Hollywood, y Alemania, en cuanto a cine, nunca ha vuelto a ocupar la misma posición que tenía durante la época muda.

En España, en cambio, no se puede decir que Franco hiciera lo propio con el cine español, porque por desgracia no había mucho que cargarse: apenas hay cine relevante anterior al franquismo. De hecho, Luis Buñuel tuvo que financiar y rodar Un perro andaluz en Francia y su famoso documental Las Hurdes fue prohibido durante el bienio conservador de la Segunda República.

Los años 40: cine patriótico y Edgar Neville

La dictadura franquista por un lado privó al cine español de la ventaja que en principio le suponía la lengua frente a las películas extranjeras al imponer el doblaje y facilitar a Hollywood la invasión del mercado nacional, probablemente con la intención de que la censura pudiera adaptar a su antojo los diálogos que resultaran inconvenientes.

Pero por otro lado, el régimen impulsó en los años 40 la creación de una pequeña industria cinematográfica para que sirviera de vehículo de propaganda de la nueva España. Un cine cuyo objetivo era la construcción del espíritu nacional a través de melodramas folclóricos, de épica militar o de celebración de las grandes gestas históricas e imperialistas, constituido por títulos que no tardarían mucho en pasar terriblemente de moda, pero que sirvieron para la creación de gremios de profesionales formados en los oficios del cine sin los que no podrían haber existido otras películas posteriores más interesantes.

La torre de los siete jorobados, de Edgar Neville

De esa época un tanto oscura sobresale con notoriedad el nombre de Edgar Neville, que dio al cine español sus primeros clásicos no rancios, como la elegante comedia romántica burguesa La vida en un hilo, el thriller castizo El crimen de la calle Bordadores, o incluso la que probablemente es la primera rareza y obra de culto de nuestro cine, La torre de los siete jorobados, un sainete con elementos de terror y gran influencia del expresionismo alemán que probablemente es el título por el que mejor ha pasado el tiempo de toda la década.

Años 50 y 60: el despertar

Durante los años 50 y 60 el régimen franquista renuncia a los planteamientos autárquicos de la Falange entrando en la economía de mercado y buscando salir del aislamiento e integrarse en Europa con un enfoque más pragmático y menos centrado en el respeto a la ortodoxia fascista. Este cambio político y social se refleja en un cine más moderno, realista y pegado a la realidad, a imitación de los nuevos cines que revolucionan el séptimo arte en Europa, como el neorrealismo italiano, la nouvelle vague francesa o el free cinema británico, aunque siempre dentro de los márgenes estrechos de una censura férrea y más bien arbitraria que no se debilitará hasta los últimos años del régimen.

A pesar de serias limitaciones presupuestarias y de censura que encorsetarán e impedirán despegar de verdad al cine español hasta la restauración de la democracia en los años 70, no es difícil encontrar durante esta época clásicos imprescindibles tanto del cine popular como del autoral. A continuación repasamos en orden cronológico los diez que consideramos más relevantes.

10 películas españolas de los años 50 y 60 imprescindibles

Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951)

En torno a 1950 todo el mundo miraba con admiración el neorrealismo italiano y buena parte del cine que se hacía en todas partes recogía su influencia. Hollywood le daba el Oscar a Días sin huella, un melodrama con un fuerte sabor neorrealista, y la España franquista permitió el rodaje de Surcos, que seguía buena parte de las directrices del movimiento: un cine humanista de denuncia social que trataba de los problemas de las clases populares de manera muy cruda para la época.

La película, que exponía la pobreza y la degradación moral de una familia campesina forzada a emigrar a la ciudad, fue una bofetada de realidad frente al color rosa del cine de gestas históricas de los 40; la censura lo permitió, a pesar de la polémica generada por su estreno, porque Nieves Conde era un excombatiente y hombre del Régimen, y de hecho Surcos es una crítica a la deshumanización que trae el capitalismo y el mundo urbano, pero no desde una óptica socialista, sino desde los valores falangistas originales, entre ellos la defensa del patriarcado y de la vida rural tradicional.

Nieves Conde desarrolló una abultada carrera cinematográfica hasta el final del franquismo, logrando repercusión con otros títulos como Los peces rojos (1954) o El inquilino (1957), aunque Surcos es sin duda su obra maestra y el trabajo por el que es recordado.

Muerte de un ciclista (Juan Antonio Bardem, 1955)

La insatisfacción de un grupo de jóvenes cineastas que reivindicaban un cine español más realista y menos acartonado, la mayoría grandes defensores de Surcos, cristalizó en las Conversaciones de Salamanca, un congreso por el que pasaron los que se iban a convertir en los renovadores de nuestro cine. Uno de los participantes fue Juan Antonio Bardem, hermano de Pilar y tío de Javier, guionista de Bienvenido Mr Marshall, que presentó en Salamanca su primera película como director en solitario tras haber codirigido Una pareja feliz junto a Berlanga.

Esa película era Muerte de un ciclista, en la que un profesor universitario (Alberto Closas), que ha conseguido su puesto por influencias familiares, atropella junto con su amante (Lucía Bosé) a un ciclista y se dan a la fuga para que no vea la luz su relación adúltera. Bardem se haría posteriormente militante del Partido Comunista y la película constituye una demoledora crítica a la clase social dominante de la época, a la que se muestra como ociosa, egoísta, hipócrita y corrupta, donde no cabe la redención moral que intenta el protagonista, que acaba apoyando una serie de protestas estudiantiles. De hecho, si algo se le puede reprochar a una narrativa poderosa y envolvente que desempolva la naftalina del cine español de la época y que consiguió ser premiada en el entonces joven festival de Cannes, es el marcado tono moralista que envuelve la historia y el carácter de discurso político que tienen muchos de sus diálogos.

El año siguiente, Bardem lleva a cabo su otra obra maestra, Calle mayor, adaptación de una obra teatral tragicómica con muchos puntos en común con Muerte de un ciclista. Posteriormente conseguiría la primera nominación de una película española al Oscar con La venganza (1959), y, tras la caída de la dictadura, llevó a cabo un destacado título del cine político de la Transición, Siete días de enero (1979), sobre la matanza de los abogados de Atocha.

El cebo (Ladislao Vajda, 1958)

Pero no todo era crítica social entre los títulos destacados del cine de los 50; una de las joyas de la época es esta rareza, una película policiaca en coproducción con Suiza sobre un asesino de niñas. La influencia de Fritz Lang, y en particular de M, El vampiro de Dusseldorf, es evidente en una historia que hoy en día puede resultar incluso manida pero que en su época fue original y novedosa hasta el punto de ser seleccionada para el festival de cine de Berlín.

No obstante, no es este el mayor éxito del director húngaro Ladislao Vajda, que se instaló durante esta época en España después de una larga trayectoria internacional, sino una obra anterior, la famosísima Marcelino Pan y Vino (1955), que, pese a sus logros y a su planteamiento también inusual, adolece de un desarrollo de personajes y de una estructura de guión más bien pobre en comparación con la robusta arquitectura narrativa de El cebo, aunque ello se compensara en parte por la fotogenia y simpatía de la estrella infantil Pablito Calvo. Como anécdota, Vajda fue también el descubridor de la famosa actriz Sara Montiel.

El pisito (Marco Ferreri, 1959)

Ya tardaba en hacer su aparición en esta lista uno de los nombres fundamentales del cine español: el guionista Rafael Azcona, enormemente mordaz y ácido, que no tardó en hacer buenas migas con un italiano nihilista como Marco Ferreri. Juntos urdieron una crítica a la miseria económica y moral de la España de la época, en la que la vivienda ya empezaba a ser un problema que 60 años más tarde sigue vigente. José Luis López Vázquez, uno de los mejores intérpretes de todos los tiempos, daba vida a un oficinista presionado por su novia para llevar a cabo un matrimonio de conveniencia con una anciana con el fin de poder mantener un alquiler a precio razonable.

Ferreri y Azcona perpetraron al año siguiente otro título igualmente mordaz, El cochecito, antes de que el director se volviera a Italia para hacer películas cada vez más enloquecidas y premeditadamente decadentes.

Viridiana (Luis Buñuel, 1961)

Una digna candidata a mejor película de la historia del cine español; de hecho, es por ahora la única ganadora de la Palma de Oro en Cannes. El régimen franquista, interesado por dar una imagen de apertura ante el exterior, invitó a Luis Buñuel, exiliado en México tras la Guerra Civil y que había recuperado su prestigio durante los años 50, a volver a España y a rodar una película con equipo técnico y actores nacionales, salvo la protagonista, Silvia Pinal. Buñuel se la jugó a la dictadura con una obra genial, a años luz del cine que se hacía en España en ese momento, abiertamente provocadora y llena de erotismo fetichista, en la que le daba una vuelta de tuerca a la ambivalencia entre la exaltación y la burla de los valores y la iconografía de la religión cristiana que ya había llevado a cabo en Nazarín. El escándalo fue mayúsculo y la película, prohibida hasta la muerte del dictador, se paseó por el mundo como mexicana.

Evidentemente Buñuel volvió al exilio y tardaría casi 10 años en regresar a España para llevar a cabo otra obra maestra, Tristana, ya sin mayor polémica. El reconocimiento alcanzado con Viridiana le abrió las puertas del cine francés, donde llevaría a cabo la última, y también muy celebrada, etapa de su carrera.

Tráiler de Viridiana

El verdugo (Luis García Berlanga, 1963)

Mientras Buñuel lleva la etiqueta de mejor director español de todos los tiempos, Berlanga, aunque desconocido fuera de nuestro país, suele ser reconocido dentro de nuestras fronteras como el mejor director clásico de cine español, lo cual le evita la competencia con Buñuel, quien, salvo Viridiana y Tristana, trabajó siempre en el extranjero. Berlanga participó en las mencionadas Conversaciones de Salamanca con su amigo Juan Antonio Bardem y regeneró y modernizó el cine de su época a nivel técnico, con virtuosos planos secuencia, y también a nivel estético y argumental, con la inestimable colaboración del ya mencionado Rafael Azcona.

De entre las obras maestras del tandem Berlanga – Azcona destacan especialmente dos, Plácido (1961), y la que hemos seleccionado, El verdugo, en la que un joven pusilánime, obligado a heredar el oficio de su suegro, tiene que ejecutar su primera sentencia de muerte, en una época en la que la pena capital estaba vigente en la España franquista. Ambas películas son ácidas críticas sociales vertebradas en torno a una idea simple pero potente, en las que el humor negro y ácrata de su director se impone sobre el nihilismo un tanto depresivo de su guionista. Y ambas convirtieron a su director en el Maestro Berlanga, un título que revalidaría durante más de 20 años con títulos como La escopeta nacional o La vaquilla.

La tía Tula (Miguel Picazo, 1964)

La mejor adaptación literaria del cine español clásico la constituye con poco género de duda esta acertada puesta en imágenes de una de las obras más redondas de Miguel de Unamuno. La tía Tula cinematográfica conseguía transmitir, a través de los códigos del melodrama, la aguda reflexión de la novela acerca de la condición femenina en la España tradicional. Aurora Bautista, heroína de varias epopeyas de propaganda nacional-católica, como Locura de amor, en la que interpretaba a Juana la Loca, o Agustina de Aragón, era la actriz perfecta para encarnar a la solterona reprimida víctima del estereotipo femenino propugnado en la España de entonces, que quiere a la vez mantener su virginidad y actuar de madre de sus sobrinos tras el fallecimiento de su hermana.

El director, Miguel Picazo, nunca pudo repetir el éxito ni el reconocimiento logrados por su primera película, convirtiéndose en una promesa incumplida que se mantuvo muchos años en la profesión como director y actor ocasional.

El extraño viaje (Fernando Fernán Gómez, 1964)

Junto con la mencionada La torre de los siete jorobados, este sería el otro gran clásico bizarro del cine español. Una película oscura y malsana, aunque no carente de humor, que conjuga el costumbrismo y la crítica al ambiente cerrado y opresivo de un pueblo de la España profunda con elementos góticos e incluso macabros. De presupuesto ínfimo, tuvo problemas con la censura que obligaron a un cambio de título que benefició a la película (el original iba a ser El crimen de Mazarrón). Pasó desapercibida en su momento y tardaría algún tiempo en ser reivindicada por los amantes de las rarezas hasta alcanzar su prestigio actual.

Su director, Fernando Fernán Gómez, destacado actor y dramaturgo, es uno de los grandes nombres de nuestro cine: prolífico autor de una obra heterogénea que alterna comedias de origen teatral, como La venganza de Don Mendo (1961) o Ninette y un señor de Murcia (1965), con dramas de influencia neorrealista, como La vida sigue (1963). Su título más celebrado probablemente es el homenaje al teatro que llevó a cabo en El viaje a ninguna parte (1986).

La ciudad no es para mí (Pedro Lazaga, 1966)

Solo desde el elitismo se podría excluir de esta lista a un clásico del cine popular que afrontó desde una óptica sentimental el desarraigo de una gran parte de la población española de origen rural que emigraba a las ciudades durante esos años. La imagen de Paco Martínez Soria llegando a Madrid con una gallina en el brazo es antológica; negarle el pan y la sal a la película porque en ella se defienden valores machistas y patriarcales obligaría a hacer lo mismo con Surcos, de la que de hecho sería una especie de versión más comercial y optimista.

El estupendo y bien estructurado guión y el magnífico reparto de secundarios de La ciudad no es para mí no quita que la mayor parte de las películas en las que Martínez Soria repetiría variaciones del mismo personaje resulten infumables, aunque varias sean obra del mismo director, Pedro Lazaga, uno de los principales nombres de la comedia tradicional o españolada. Extraordinariamente prolífico, e inevitablemente irregular en su filmografía, Lazaga fue responsable de otros grandes éxitos como Sor Citröen (1967) o Vente a Alemania, Pepe (1971), que también giraban, con un tratamiento no demasiado sutil, en torno a la modernización de la sociedad española durante esa época.

La caza (Carlos Saura, 1966)

Cerramos la lista con un título extraordinariamente moderno en su momento, preludio del cine metafórico, la tendencia más relevante del cine de la década siguiente. De hecho se trata del debut de la exitosa pareja artística que formarían el productor Elías Querejeta y el director Carlos Saura. Se trata de una obra claustrofóbica, críptica, con una atmósfera densa y muy lograda, con solo cuatro personajes masculinos, pertenecientes a distintas generaciones, entre los cuales la tensión va en aumento durante una jornada de caza en la España profunda.

A La caza le seguirían títulos de apariencia más frívola y ambiente más burgués y sofisticado pero con una estructura común basada en juegos psicológicos que se les van de las manos a los personajes. Peppermint frappé (1967) homenajeaba a Buñuel desde una estética pop, mientras que Stress es Tres Tres (1968) volvía al blanco y negro. En los años 70 Querejeta llevaría a cabo sus obras más emblemáticas, tanto con Saura como con otros directores.

También puedes consultar los siguientes listados del mejor cine español de otras décadas: