Crítica de Solo nos queda bailar
Ganadora de premios en la Seminci de Valladolid y en LesGaiCineMad, Solo nos queda bailar es sin duda uno de los títulos más relevantes y aplaudidos del cine LGTBI del año, además de una cita ineludible para los amantes de la danza. Una película de corte clásico que mezcla entre sus influencias la nouvelle vague francesa con Brokeback Mountain y con Flashdance, aunque en versión georgiana.
Solo nos queda bailar de Levan Akin
Aunque en términos narrativos sea difícil de defender, a un nivel comercial el cine LGTBI es ya un género propio diferenciado, como puede comprobarse en la mayor parte de tiendas físicas y de plataformas de productos audiovisuales a la carta. Con la excepción de algunos autores consagrados, para la mayor parte de títulos es difícil el acceso a las salas comerciales y su mercado natural son los festivales especializados. Solo nos queda bailar fue la gran estrella, premiada tanto por el jurado como por el público, de la pasada edición del festival LesGaiCineMad de Madrid, y el apoyo recibido por parte de Suecia, país coproductor del film que lo ha seleccionado como su representante para los Oscar, así como su éxito en certámenes generalistas, como el festival de Valladolid donde obtuvo el premio al mejor actor, hacía presagiar que conseguiría fecha de estreno en nuestro país, algo cada vez más complicado para todo el cine independiente, y el LGTBI en particular.
Baile y amor clandestino
Pese a exhibirse bajo bandera sueca, y haber nacido allí su director, Levan Akin, la historia transcurre íntegramente en el país de origen de la familia de este, Georgia, está hablada en lengua georgiana, y sus personajes son bailarines de la danza tradicional de esta ex-república soviética. El guion desarrolla una de las tramas clásicas del cine LGTBI, como es el descubrimiento de la sexualidad por parte de un joven criado en un ambiente homófobo que empieza a sentirse atraído por otro chico de su mismo entorno. La tensión erótica entre ambos va creciendo lentamente a partir de detalles sutiles hasta llegar a su consumación, tras la cual uno de los miembros de la pareja se muestra dispuesto a luchar contra los elementos y apostar por empezar una relación, mientras el otro rechaza los riesgos que supone la nueva vida que acaba de descubrir y prefiere la comodidad del armario. En efecto, el esquema de Brokeback Mountain sigue vigente con apenas cambios 15 años después.
Lo que puede parecer déjà vu para los espectadores de países en los que se reconoce la diversidad sexual desde la ley y las instituciones, no obstante, representa un hito muy valiente en la cinematografía georgiana, donde Solo nos queda bailar es la primera película relevante que aborda un tema tabú cuya ruptura ha provocado incidentes en los cines por parte de quienes promueven el odio homófobo. Aparte de su valor sociopolítico, el trabajo con la cámara dinámico y rico en recursos de Akin justifica el visionado de un film que no deja de tener, por otra parte, muchos puntos en común con Flashdance, referencia inevitable para una historia cuya subtrama principal es la de un joven que intenta abrirse camino en el difícil y competitivo mundo del baile.
Además de satisfacer a los amantes del cine LGTBI y de las películas de bailarines, se trata de un título de aroma clásico con muchas reminiscencias de Truffaut y la nouvelle vague francesa en lo elegante de la dirección, en la búsqueda de escenarios naturales, en el intento de captar con la cámara la vida de las casas y las calles, y sobre todo en una historia humanista basada en el autodescubrimiento de los personajes y en su búsqueda de la libertad personal, sin grandes giros ni pirotecnia narrativa. Akin no pretende ser el último grito ni inventar nada, pero sí hacer el cine que le gusta aunque vaya a contracorriente y al margen de las modas, y eso tiene desde luego su mérito.
Tráiler de Solo nos queda bailar (And Then We Dance) en Español