Crítica de Ghost Rider: Espíritu de Venganza
A pesar de sus virtudes y de estar a años luz –para bien- de la primera película sobre el personaje, Ghost Rider: Espíritu de Venganza, no es la película definitiva sobre superhéroes. Y razones para creer teníamos de sobra: Cage a las órdenes de los directores del alocado díptico Crank y de la algo más floja pero efectiva Gamer, en una película del sello Marvel Knights (como Punisher War Zone, que nadie se la pierda) que, por estas cosas de los estudios, se queda a medio camino entre la desfachatez macarra que todos queríamos y una suerte de Terminator 2 para la audiencia más joven, como si ésta no quisiera presenciar ultraviolencia desenfadada en la pantalla de cine.
Se echa en falta el contraplano violento que nos permita apreciar las drásticas maneras del motorista, y tiene aspecto de película cutre europea, pero aún así aplaudimos las persecuciones a plena luz del día y algunas peleas, como la que tiene lugar sobre el capó de un coche a toda velocidad.
GR2 es todo lo sucia, macarra, idiota y chulesca que tenía que ser, pero no todo lo bruta que debería haber sido. Nic Cage se vuelve loco y lo peta en un par de ocasiones (busca Petarlo en Facebook) y hasta le vemos mear fuego en un par de ocasiones, pero la película arrastra un gran peso muerto de estudio que la hace aflojar la marcha cada vez que se pone a tope, algo que no es del agrado de los que esperábamos a la sucesora del diario de guerra del Castigador, donde sólo se paraba para recargar el arma o recoger las cabezas del suelo.