Crítica de La vida secreta de Walter Mitty
Echando la vista atrás, da un poco de pena que el responsable de dos comedias indispensables para entender la vida en el siglo XXI, caiga en la vieja trampa de querer abarcar más de lo que puede apretar.
Nadie duda del talento de Ben Stiller, un tipo capaz de poner patas arriba mundos tan propensos a ello, pero tan complicados, como el de la moda y el cine. Pero imagino que los años no pasan en balde y que uno, al hacerse mayor, pretende contar otro tipo de historia que trascienda más allá del payaseo.
El problema es querer hacer historia contando la gran historia, cosa que La vida secreta de Walter Mitty no es.
Para empezar, la presentación del personaje nos da a entender que estamos ante un hombre gris, triste y con una vida de mierda, cuando en realidad no es así. Que nadie olvide que Mitty es el responsable de uno de los archivos fotográficos más importantes del mundo, ya que lleva toda una vida en la revista Life.
¿Qué su vida no es emocionante? ¿Qué no encuentra el amor en su vida? Pues hijo, como todos.
Si la chispa de la película consiste en los viajes mentales del personaje, entonces algo está mal estructurado en su guión. Desde el momento en el que Mitty emprende su viaje a lo Forrest Gump, la película (y el personaje) dejan de soñar despiertos y el interés, pese a la torpeza de Stiller a la hora de rodar secuencias supuestamente espectaculares, empieza a decaer a velocidad de vértigo.
Ni La vida secreta de Walter Mitty es La vida de Pi, ni Ben Stiller es Ang Lee. Hay demasiadas explicaciones inútiles, demasiadas situaciones trilladas y demasiados viajes, y lo que es peor, también hay demasiados delirios de grandeza.
Es una lástima que Stiller termine haciendo lo mismo que los personajes a los que despedazaba sin piedad en sus dos mejores películas. Que alguien le avise antes de que se pierda del todo y que vuelva Zoolander, que las miradas sexuales de Stiller son más graciosas cuando no las hace en serio.