Crítica de El lado bueno de las cosas
Si un tipo como George Clooney asegura que nunca volverá a trabajar contigo en toda su carrera, es probable que seas un gilipollas de primera.
Es bastante complicado, al menos para mi, entender el éxito de un director como David O. Russell, el hombre que dirigía comedias sin gracia, hazañas bélicas de diseño o productos que solo buscan el reconocimiento de la Academia.
El lado bueno de las cosas pertenece a la primera y a la tercera categoría: es una comedia (dramática) sin gracia (ni emociones) que busca premios dorados, ya sean en forma de globo (que ya lo tiene en las manos Jennifer Lawrence) o en forma de señor desnudo con espada.
Cuando lo mejor de una película del año 2012 es la interpretación de Robert De Niro, algo tienes que estar haciendo mal. En esta ocasión, el protagonista de Taxi Driver ofrece un (breve) retrato de un padre de familia desbordado y consigue destacar en la mejor secuencia de la película, la única en la que alguno de los personajes es creíble.
La película de Russell, como Extrañas coincidencias, es una comedia que no tiene gracia, un drama sin punch que se queda en terreno de nadie y donde parece que el único que lo tiene claro es un director al que le faltan la sensibilidad y el talento de Wes Anderson para contar una historia amarga pero esperanzadora.
Reiterativa, inofensiva e increíblemente aburrida, concluye con un tercer acto que provoca vergüenza ajena. Para ver una película sobre las señales de la vida, mejor quedarse con Jeff y los suyos. Al menos ahí había amor por los personajes.
Algo hará mal David O. Russell si lo que pretende es incomodar al espectador y lo que recibe a cambio de sus aburridas películas es prestigio y algún que otro premio.