Crítica de El canguro (2011)
Con bastante retraso llega a nuestras pantallas El canguro, comedia al servicio de Jonah Hill y la última que rodó con algunos kilos de más.
El canguro recuerda a la entrañable Aventuras en la gran ciudad que dirigiera Chris Columbus a finales de los ochenta, pero con el tono macarra, surrealista y barriobajero de Green, que sitúa a los personajes en mitad de una noche de locos llena de personajes estrafalarios.
Hill, coproductor de la cinta, carga con todo el peso y se apoya en tres niños prodigiosos. Del villano de la función se encarga Sam Rockwell, que interpreta a un esperpéntico personaje que en el fondo ya hemos visto cientos de veces.
El principal problema que tiene El canguro y que la convierte en una película del montón es su guión, obra de Brian Gatewood y Alessandro Tanaka, al que quizás le hubiera venido mejor un poco más de la mala uva que sí emplea Jody Hill, otro de los nuevos talentos del posthumor americano y probablemente el que mejor uso da del la pochez en sus historias –Eastbound & Down en televisión o The Foot Fist Way y la gloriosa Observe & Report en el cine-, que habría dado a esta historia el tono apropiado, alejándolo de los convencionalismos y clichés para todos los públicos que pueblan la trama.