Crítica de Abraham Lincoln: cazador de vampiros
Wanted -Se busca- era una grandiosa odisea de acción moderna que adaptaba un cómic de Mark Millar que era imposible de llevar al cine. Y lo hizo tomándose unas licencias necesarias para ofrecer cien minutos de desfase y secuencias imposibles con mucho sentido del humor.
Su director, Timur Bekmambetov, venía de dirigir dos películas de vampiros bastante pesadas, pero salió por la puerta grande. Ahora, cuatro años después de la película con Angelina Jolie, el kazajo adapta una novela mashup de Seth Grahame-Smith, tan difícil de rodar como lo era Wanted, pero con un productor preocupado por su producto y con un guión del propio novelista. Precisamente, la misma pareja que estrenara hace unos meses la insoportable Dark Shadows.
Y se queda a medio gas.
La película se divide en dos partes claramente diferenciadas: una que se desarrolla en la primera mitad, con la misma estructura que la citada adaptación de Mark Millar y otra más pesada, que se centra en la madurez del presidente y se vuelve un biopic descafeinado y con más seriedad de la que debería tener.
Es cierto que durante esos cincuenta minutos iniciales hay tiempo para la celebración y el jolgorio -la estampida, la “merienda de negros”-, pero toda la munición es de fogueo y el espectador acaba cansado y confuso ante los vaivenes de una película que no parece tener muy claro a quién quiere satisfacer.