Crítica de 300: el origen de un Imperio
Vaya, uno nunca está preparado para algo así. Antes de centrarnos en el bochornoso pastiche que es 300: el origen de un imperio, vamos a hacer un poquito de memoria.
En 2006, Zack Snyder venía de rodar la que siempre será la mejor película de su carrera, Amanecer de los muertos, muy probablemente por contar con un libreto firmado por James Gunn.
Tanto ruido hizo la peli que, además de resucitar a los muertos, las puertas de la industria se abrieron de par en par. Y su siguiente paso fue 300, una adaptación de un cómic de Frank Miller que, supongo que por esa misma razón, debía lucir como una novela gráfica leída durante el hundimiento de un barco.
300 caló hondo en un sector considerable de espectadores ávidos de nuevas formas de imágenes en movimiento, a pesar de que, en el fondo, no era más que un coqueto ejercicio de estilo neopéplum. O algo así. El caso es que reventó la taquilla, revitalizó un género olvidado y fue carne de spoof en un abrir y cerrar de ojos. Un exitazo, vamos.
Por eso no se entiende que después de ocho años se presente una secuela que vuelve a contar la misma historia. Porque una cosa es una historia paralela a la narrada en la anterior película y otra muy distinta es volver a contar lo mismo, pero con barcos. Y peor.
Peor porque ya no hay efecto sorpresa en las batallas (con menos plano-secuencia), ni en sus cambios de velocidad, que no de ritmo: la peli es plana como una mesa. ¿Recuerdas a Gerard Butler? Tenía menos carisma que el hijo de Chema el de Aída, pero al menos daba el pego. El nuevo protagonista, un tipo que responde al nombre de Sullivan Stapleton, es algo inaudito en este tipo de películas. Muchos actores de futuro han tenido algún problema a la hora de llegar a la cima: Taylor Kitsch, hace nada, se estrelló con la nave Disney en el planeta rojo y aún no ha levantado cabeza. Pero tenía algo, no creo que fuera carisma, pero sí presencia. En cambio, Tesmítocles, no es más que un monigote alzado en un decorado. Ni siquiera Eva Green, que nos regala uno de los desnudos de la temporada (y en 3D), se salva del desastre: su secuencia de sexo bien puede ser la más ridícula y torpe del año. Lo más increíble de todo es que, estando llena de peleas, sangre y amputaciones, alguna realmente espectacular, la película avanza tediosamente mientras se cruza por el camino con la película rodada hace casi ocho años. Lo peor no es que repita aquello, lo peor es que también se repite a sí misma varias veces a lo largo de su estirado minutaje.
¿Cómo es posible que una cosa así se estrene en salas y además tenga la intención de romper la taquilla? Pues eso es algo a lo que ni siquiera el bueno de Noam Murro, porque así se llama su director, tiene respuesta. Probablemente porque se trate de un director con ganas de embolsarse una buena pasta colocando los muñecos y los cromas como manden los señores Warner. No olvidemos que a los infames titanes no les fue mal así. De hecho, habrá que estar prerarado para su tercera y (esperemos) definitiva parte. Con un poco de suerte, si nadie acude al cine a ver la segunda, no se rodará.
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