Crítica de Una segunda madre
El célebre escritor alemán Friedrich Schiller dijo: “No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos”. Tras triunfar en la última Berlinale, donde se alzó con el Premio del Público, llega la brasileña ‘Una segunda madre’ de Anna Muylaert.
Val trabaja como asistenta interna, desde hace muchos años, para un acaudalado matrimonio de São Paulo. Con máxima dedicación y esfuerzo, la mujer hace las tareas domésticas de la casa y, además, cría al hijo de la pareja prácticamente desde que nació debido a los compromisos que tienen sus progenitores. Ese pacífico estado se verá alterado cuando llegue a la ciudad Jessica, la hija de Val, a quien dejó en su pueblo natal 13 años atrás y que, debido a su carácter ambicioso, quiere estudiar la carrera de arquitectura en la universidad. El equilibrio en el hogar del matrimonio se vendrá abajo y Val tendrá que tomar la difícil decisión de ponerse de parte de su hija o de sus jefes.
La lucha de clase, el eterno dilema entre ricos y pobres. Parece algo del pasado pero en ‘Una segunda madre’ se puede observar que esas diferencias aún existen en las sociedades más modernas de los países iberoamericanos. Brasil es el país más próspero de América del Sur y también uno con más diferencias sociales. Y es que Muylaert ha producido una obra con una denuncia directa pero a la vez exquisitamente sutil.
La situación de Val es la de muchas mujeres que, en la realidad, se han visto obligadas a emigrar a grandes urbes para poder mantener a sus familias. Para conseguir ese sustento, deben dejar a cargo de otros parientes a sus hijos, con los que mantendrán un contacto alejado. Pese a existir cariño, apenas puede percibirse debido a la lejanía a la que están obligados a tener. Paradójicamente, esa asistenta se convierte en una madre para los descendientes de las familias con las que trabajan. Una situación que va evolucionando ya que las desigualdades van acortándose lentamente. Las oportunidades laborales de “esa gente de clase baja” se van abriendo, los estudios también. Y ante esos cambios, es donde la directora hace su principal crítica, en cómo los estamentos arcaicos se dejan evidencia ante este cambio de actitud. La supuesta seguridad y encanto se transforman en rechazo, crueldad y deseos prohibidos. La directora firma un guión que muestra el desmembramiento de las jerarquías de la burguesía inspirándose en ‘El ángel exterminador’ de Luis Buñuel.
Pero todo ello con un barniz de comedia agradable, de cariño y amabilidad, que hace esa denuncia entre progresivamente como la evolución de la protagonista, interpretada magistralmente por una de las damas del cine de Brasil. Su timidez, su carisma, sus dudas, su aceptación, su cariño; Regina Casé es la gran artífice de poner en cuestión esas líneas de separación trasnochadas que deben empezar a derrumbarse. Y lo hace sutilmente, simplemente mostrando los hechos. Junto a la veterana intérprete está Camila Márdila, que encarna a la hija de la protagonista, un alma rebelde que consigue que, pese a ser un personaje propenso a la incordia, se llegue a conectar con ella, con esos aires de cambio y atrevidos.
‘Una segunda madre’ es una obra delicada y con mensaje que consigue calar de manera muy profunda. Y lo consigue con una hermosa y afable sonrisa que esconde un mundo de desigualdades que la directora denuncia. Las nanas, las au pairs, aquellas que han dado tanto a hijos ajenos y que apenas reciben reconocimiento alguno. Un mundo injusto que esta obra encuentra algo de dignificación. Tierna y magnánima, como el cariño de una madre.
4,5 / 5