Crítica de Tres recuerdos de mi juventud
François Truffaut dijo: “No hago mis películas pensando en un público intelectual; son películas para todo el mundo, creo. Son películas que pretenden ser populares; intentan interesar al espectador por cosas pertenecientes al ámbito de los sentimientos, de las emociones y de la afectividad”. No es de extrañar citar a uno de los grandes símbolos de la nouvelle vague, Arnaud Desplechin es considerado uno de sus mayores sucesores y que ha decidido revistarse con ‘Tres recuerdos de mi juventud’, premio SACD en la Quincena de Realizadores de la 68ª edición del Festival de Cannes y premio César al Mejor Director.
Paul Dédalus ha vivido durante varios años en Tayikistán para la embajada francesa. Tras varios años fuera de su tierra, Paul viajará a París para instalarse definitivamente en la capital gala. Sin embargo, en medio del viaje será interceptado por la policía, se ha descubierto otra persona con la misma identidad que él. Mientras Paul se explica, sus recuerdos de juventud empiezan a salir a la luz, unas memorias que navegarán por el pasado de Paul, así como con sus fantasmas internos
Desplechin, tras la irregular ‘Jimmy P.’, Desplechin se pliega en una propuesta en la que aprovecha para revisionar uno de sus largometrajes más representativos, ‘Comment je me suis disputé… (ma vie sexuelle)’, producido en 1996 e inédito en España y trae de nuevo a Paul Dédalus, aunque con veinte años más detrás de sus espaldas. De hecho, es curioso cómo el realizador rescata a este protagonista, un tipo de antihéroe improvisado con el que ahora se ahonda en su infancia. Sin duda, un personaje nostálgico, melancólico y una muestra de cómo Desplechin trae una propuesta propia de él, deconstruida, compleja y apasionada.
Se trata de la esencia de la adolescencia, de la rebeldía de la juventud, mostrada con un Paul Dédalus heredero de Antoine Doinel, palabras mayores pero que cobran sentido al ver a un joven que divaga entre su presente y la expresión más romántica de la vida. Junto a él, una joven que ve naufragada su esperanza en la locura de la pasión. De fondo hay un París de otra época, el que desprende un aura de extraña melancolía, la que transmiten los dos jóvenes amantes.
Esa melancolía se ve transformada en la mirada adulta de Mathieu Amalric, que vuelve a confirmar su capacidad de convertirse en el álter ego de realizadores. Ya demostró esa vena el actor con ‘La Venus de las pieles’ de Roman Polanski y, recientemente, en ‘Grandes familias’ con Jean-Paul Rappeneau. El paso del tiempo cae sobre sus hombros, así como la nostalgia del recuerdo. Amalric configura un personaje que parece relatar el propio pasado del director, aunque se sepa que es pura ficción lo que narra.
Por ello, ‘Tres recuerdos de mi juventud’ se convierte en la obra más redonda de Arnaud Desplechin desde ‘Un cuento de Navidad’. Una película hecha por amor a un arte perdido, con el sello de un realizador que pertenece a otra época. Una crisálida convertida en mariposa, con recuerdos de un ayer que muestra no sólo una época cultural e intelectual, sino las vivencias de una juventud concreta, de esa que ya no se podrá volver a ver al ser sus protagonistas unas personas ya maduras, pertenecientes al pasado, ese que no volverá y que el propio cine se encarga de inmortalizar, y con él, el legado de un autor excepcional.
Valoración de 'Tres recuerdos de mi juventud'
- Dirección
- Guión
- Interpretaciones
Resumen
Interesante visita al pasado, a los recuerdos de una época, de un hombre, de una historia. Arnaud Desplechin firma su mejor película desde 'Un cuento de Navidad'. Soberbias interpretaciones y un sello propio autoral excepcional.