Crítica de La juventud
Franz Kafka ya lo dijo: “La juventud es feliz porque tiene la capacidad de ver la belleza. Cualquiera que conserve la capacidad de ver la belleza jamás envejece”. Paolo Sorrentino parece saber mantener ese espíritu. Fiel a su propio estilo, uno de los más relevantes del cine italiano actual, el director prosigue con su homenaje a lo bello, lo sencillo, lo célebre, lo trascendental. Tras la maravilla que fue ‘La gran belleza’, llega otra delicada pieza de orfebrería. ‘La juventud’, la flamante ganadora del premio a Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor en los Premios de Cine Europeo y que pudo verse en el Festival de Cannes.
Fred Ballinger se encuentra placenteramente retirado en un balneario en los bellos paisajes de Suiza. Antes de jubilarse, fue uno de los más prestigiosos directores de orquesta del mundo, dirigiendo 24 años la orquesta de Venecia. En ese plácido descanso es molestado por un emisario de la reina Isabel II del Reino Unido, que desea que Ballinger dirija un concierto en el Palacio de Buckingham para celebrar el cumpleaños del príncipe Felipe. En ese balneario también se encuentra Mick Boyle, director de cine, amigo íntimo y veterano de Ballinger y que se está rodando la película que será “su testamento en vida” de su filmografía. También está su hija, Lena, que se encuentra superando su divorcio y Jimmy, un joven actor que está preparando un papel.
Sorrentino escribe una ensoñación de la decadencia, aquella que anhela la tan ansiada y perdida juventud. En esta película, el realizador italiano explora con delicado detalle y magnificencia los increíbles pasos del tiempo, la actitud acerca lo vivido. La decadencia no es fácil de plasmar, es el saber atrapar lo enormemente hermoso con cierto sabor a hiel. Ahí reside lo magnífico de esta película, en la que el cineasta vuelve a derrochar una simbología personal y un barroquismo que enaltece su mensaje a través de metáforas oníricas en las que los huéspedes de este sugerente hotel parecen entrar.
Michael Caine se convierte en un hombre que amó tanto que pudo crear sus obras más solemnes y artísticas. Ahora sumido en una apatía, propia de la edad, rememora el pasado a la vez que ve un futuro cada vez más cercano a lo inevitable. Lo mismo sucede con Harvey Keitel, que escribe un testamento sabiendo que tarde o temprano tocará cerrar el círculo de la vida.
Juntos al dúo Caine-Keitel, que deja diálogos memorables e imágenes complicidad actoral espléndidas, hay un elenco que adereza esa sensación de juventud aportando, cada uno de ellos, aromas de melancolía tan patentes como la belleza de los Alpes suizos. Una bella mujer abandonada por un marido que necesita “mayores estímulos sexuales”, un joven actor al que le persigue ese fantasma que le impulsó a la gloria, una veterana actriz que esconde sus inseguridades a través de su insoportable narcisismo, una leyenda del fútbol que apenas puede respirar y una miss Universo, elemento que metafóricamente es el claro ejemplo de la belleza de la juventud, no tanto física (que también) sino de sentirse orgulloso y digno con lo que se hace.
Cierto es que no es, ni debe, ser ‘La gran belleza’, pero sí demuestra por qué Sorrentino es una de las grandes esperanzas del cine italiano. Ávido pupilo de ese grande que fue Federico Fellini, es imposible no acordarse de ‘Fellini, ocho y medio’, como también de otra leyenda, esta vez de la nouvelle vague, llamada Alain Resnais. Pero lo que hace de Sorrentino un autor propio es el respeto por su propia obra, evitando así poses impetuosas. ‘La juventud’ es un ejercicio de ego en su vertiente más hermosa, que no fútil. No es fácil evitar caer en narcisismo extremos, aunque haya momentos en que Sorrentino lo roce. El realizador logra traer ese anhelo, más que de ser joven, de vivir y seguir hacia delante. Con un acompañamiento clásico, ‘La juventud’ es un bello estudio sobre lo grácil y sublime del vivir en Re mayor. Sencillo, a ratos. Extravagante, quizás. Banal, nunca.
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