Crítica de Julieta: Los lazos que nos unen y nos atan

Con motivo de la celebración del Día del libro, Pedro Almodóvar escribió un artículo en 2013 en su blog personal en el que recomendaba tres libros. Uno de ellos era Mi vida querida, de Alice Munro. Almodóvar se mostraba categórico respecto a la ganadora del Nobel de Literatura en 2013 y decía: “¿Hay alguien que no sepa que Munro es la mejor escritora de relatos en lengua inglesa?”. Creo que la definición del director manchego sobre la escritora canadiense puede aplicarse perfectamente para referirse a él mismo. Y es que, ¿hay alguien que no sepa que Almodóvar es el mejor director español? —vivo, al menos—. 

Tras Los amantes pasajeros, Almodóvar tenía ganas de volver al drama puro y duro. La adaptación de Escapada, y en concreto de tres de sus ocho relatos: “Destino”, “Pronto”, y “Silencio”, le proporcionaba al director la oportunidad ideal para volver a uno de los universos que más y mejor ha retratado, el de personajes femeninos complejos, dolientes. El de mujeres enganchadas a un pasado que les impide vivir el presente. Como Leo (Marisa Paredes) en La flor de mi secreto; o Manuela (Cecilia Roth) en Todo sobre mi madre. En esta ocasión Almodóvar ha unificado los tres relatos para crear un personaje, el de la Julieta que da nombre a la película, magistralmente interpretado por dos actrices que debutan con el director, Adriana Ugarte y Emma Suárez

Ugarte y Suárez están soberbias —no sería nada raro ver a ambas nominadas a mejor actriz en los Goya del año que viene—. La primera interpreta a la Julieta joven, alegre, sexual, llena de vida hasta que esta la golpea. Y lo hace con un magnetismo y una naturalidad espléndidas. Ugarte logra hacer suyo el personaje desde el primer instante, pasando de la luz a la oscuridad más absoluta sin forzar, dosificando el gesto, evitando la lágrima fácil. El mérito es de ella pero también del director. Almodóvar dijo en una entrevista que insistió constantemente a sus actrices en que evitasen el lloro, y nada hay más desolador muchas veces que ver el dolor que no sale, que se queda encallado dentro de uno.  

Emma Suárez toma el relevo a Adriana Ugarte para interpretar a la Julieta desolada, aletargada y con el alma secuestrada por la  doble pérdida: la inevitable y la, para ella, incomprensible. La actriz llevaba unos años a la deriva, en lo que se refiere a la gran pantalla, tras haber sido parte fundamental de nuestro cine durante los noventa. Solo sus dos nominaciones al Goya a mejor actriz por Bajo las estrellas y La mosquitera le devolvieron el brillo durante el nuevo milenio. Su interpretación es también portentosa. Desde su encuentro fortuito con Beatriz (Michelle Jenner), que la ata de sopetón al Madrid y al dolor que intentaba dejar atrás, hasta ese viaje final en coche, en el que intenta atisbar el retorno de la paz y el perdón a su vida. 

Pero Julieta es mucho más a nivel actoral y como película que sus dos actrices protagonistas. Porque si por algo ha destacado también Almodóvar es por haber sembrado su cine de maravillosos personajes secundarios. En Julieta vuelve una de las primeras y más carismáticas chicas Almodóvar, Rossy de Palma. La actriz construye uno de los personajes más complejos y ambivalentes de la historia. Su Marian es puro pueblo y pura España profunda. Un personaje sin dobleces, con su parte mala —muy mala— y su parte buena —muy buena—. Sirve además como el único desahogo cómico que el director se concede a sí mismo y al espectador. Algunas de las frases de Marian pasarán a la antología de citas célebres del cine de Almodóvar. Rossy De Palma construye una suerte de señora Doubtfire encerrada en el cuerpo de Norman Bates, que debería garantizarle el próximo Goya a mejor actriz de reparto desde ya. La anteriormente citada Michelle Jenner cumple con su habitual frescura y jovialidad, e Inma Cuesta va de menos a más conforme avanzan la película y su personaje. Destacar por último a Darío Grandinetti, actor enorme que sabe siempre resultar cercano sin que parezca que pretende serlo. 

Julieta recupera al Almodóvar más profundo y virtuoso. Es una delicia a nivel estético y visual. La fotografía del francés Jean-Claude Larrieu, colaborador habitual de Isabel Coixet, es deslumbrante. Y qué decir del gran Alberto Iglesias en la banda sonora. El cine de Almodóvar de los últimos veinte años le debe mucho al compositor —al igual que el de Medem—. Es curioso, y a la vez una prueba más del inmenso talento del director manchego, ver cómo ha conseguido hacer suyos los relatos de Munro y trasladarlos a su universo tanto personal como físico. Almodóvar llevaba varios años trabajando en la adaptación de la obra de la escritora canadiense e inicialmente iba a cambiar el Vancouver original por Nueva York. Finalmente decidió trasladar la historia a nuestro país y, en especial, a Madrid. El director consigue presentar un Madrid urbano y sin artificios pero a la vez elegante y con mucho más carisma del que servidor le ve ahora mismo —puede que yo también esté en una fase un poco Julieta de mi vida—. 

Un drama intenso, emocionante y que perdura en la memoria. Un retrato sobre la pérdida y los lazos que nos unen y nos atan. La enésima prueba de que Almodóvar es grande, muy grande, y este país y su crítica deberían ser —al menos una parte de él y de ella— menos cainita y más chovinista.

 

Valoración final de Julieta
  • Dirección
  • Guion
  • Actores
  • Música
  • Fotografía
  • Montaje

Resumen

Julieta recupera al Almodóvar más profundo y virtuoso en un drama intenso, emocionante y que perdura en la memoria.

4.4
Cinéfilos 4.33 (3 votos)
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