Crítica de El niño y el mundo
Salvador Dalí expresó: “El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar escenas extraordinarias en medio de un desierto vacío. El verdadero pintor es aquel que es capaz de pintar pacientemente una pera rodeado de los tumultos de la historia”. Alê Abreu es uno de esos cineastas que tenido el valor de dejar volar su libertad creativa en la animación. Con su segundo largometraje, ‘El niño y el mundo’, ha logrado un reconocimiento inesperado, a la par que merecido. Ganadora del Premio del Público y a Mejor Película en el aclamado Festival de Annecy, ha sido el primer film de animación de alzarse con el Annie a Mejor Película de Animación Independiente y está nominada al Oscar a Mejor Film de Animación.
La trama aparenta ser sencilla, un niño ve cómo su padre le deja a él y a su madre para marcharse a la ciudad para trabajar. El pequeño decide ir en su busca, sumergiéndose en un mundo completamente diferente, rodeado de color pero también de miseria. La vida en sí a través de la mirada de un niño, dentro de su lógica y comprensión.
Abreu ha tenido la habilidad de crear una película experimental hecha para la infancia, algo muy arriesgado y vanguardista. ‘El niño y el mundo’ es realmente innovadora en cuanto a su técnica, teniendo momentos de máximo expresionismo multicolor, con escenas llenas de vidas hasta escenas en las que la mínima muestra de animación, cercana al minimalismo, simplifica la imagen para enfocarse en el mensaje y evitar la dispersión.
Con lo cual, es muy difícil clasificar el estilo y tipo de la cinta, sale de los cánones del cine de animación estadounidense, contando el de animación tradicional; tampoco sigue las directrices de la animación europea, que tiene obras maestras conceptuales como ‘El lienzo’ o ‘Príncipes y princesas’. Salvando mucho las distancias, recuerda acómo en 1973 Eiichi Yamamoto realizó ‘Belladonna of Sadness’, de la trilogía ‘Animerama’, que se alejaba de los cánones de la animación japonesa. También podría verse como una mirada más amable e infantil aunque igual de compleja de los cortometrajes de Jan Svankmajer.
Esto convierte a ‘El niño y el mundo’ en una auténtica joya cercana a lo excepcional, más por su elaboración que por lo que muestra. La mirada de la infancia es mucho más compleja de lo que los adultos consideran, Abreu sabe mostrarlo en sus primeros actos. Cierto es que el realizador da un paso más allá en este surrealismo de acuarelas rompiendo el esquema lógico en la segunda mitad del metraje, acercando a la película al realismo mágico de la literatura iberoamericana.
Con un estilo marcado y que saca a relucir a la animación sudamericana, Alê Abreu marca las líneas para aquellos artistas que crean que en la animación las expresiones más abstractas del pensamiento tienen cabida. Si en ediciones anteriores los Oscar descubrieron a Sylvain Chomet, Tomm Moore, Jean-Loup Felicioli y Alain Gagnol, este año es el turno de Brasil, con permiso de Hiromasa Yonebayashi con ‘El recuerdo de Marnie’. Un caleidoscopio convertido en largometraje, una auténtica maravilla.
4 / 5