Crítica de Trance (2013)
Cuando aún nos dura el sueño producido por su anterior película 127 horas, eso sí que fue un ejercicio de hipnosis, vuelve el mejor Danny Boyle. Ese genio tras obras imprescindibles como Trainspotting, 28 días después o Slumdog Millionaire. El evocador, el visionario, el maestro de los planos de locura, vuelve para deleitarnos es la que es con total merecimiento, una de las grandes películas del año.
Un solventísimo reparto, con James McAvoy, Vincent Cassel, pero sobre todo, con la eclipsadora, bella hasta lo extenuante y misteriosa como esos cuadros de Goya tan mencionados a lo largo del metraje, Rosario Dawson, hace su trabajo a las mil maravillas. El trabajo de Boyle vuelve a tener presencia aquí, sacando lo mejor de sus actores, exprimiéndoles en sus debidos momentos, dotándoles de locura, esquizofrenia, paranoia. Son sus instrumentos para transmitirnos a nuestra mente todas esas sensaciones.
Porque Trance no es otra cosa que eso, un brutal ejercicio sobre la mente humana, sobre la manipulación de nuestros recuerdos, de nuestros deseos, de lo recóndito de nuestros pensamientos más oscuros, la corteza cerebral como instrumento orquestal del hilo argumental de la película, como ya hiciera Kubrick con La Naranja Mecánica y su ejercico de la ultraviolencia. El lenguaje usado para conseguirlo es mediante enrevesados diálogos, mediante la sexualidad y el deseo, con brutalidad hasta el extremo en ligeras pero machacantes pinceladas, con planos que rozan lo onírico, en definitivo, con mucho talento.
Danny Boyle sabe que tiene una joya entre manos, cine inteligente, un guion que es un oasis en el desierto donde lleva inmerso el cine hace varios años, pero no es pretencioso, sabe acotar sus límites, con una película que sobrepasa por poco la hora y media de duración. No cae en los excesos, su obra, como los cuadros que hilan la trama, va tomando forma pero gota a gota, pero de esencia, que te marca y a la vez te hace disfrutar. El guion está lleno de giros, deberás estar atento para no perderte y posiblemente esto hará que no gusté a muchos, pero es un ejercicio de cine al que todos deberían dar una oportunidad.
Un robo de un cuadro, varios implicados, perdidas de memoria y una hipnotista que intentará hacer aflorar los recuerdos de la obra sustraída de incalculable valor. Un estado de trance que da nombre a la película, que se nos transmitirá a nosotros y que salvo ligeros momentos de decaimiento, borda, casi punto por punto, todos sus aspectos. Sus últimos veinte minutos quizá de lo mejor visto en lo que va de año en cines, y posiblemente de lo que queda. Abre tu mente y déjate hipnotizar por Trance, toca evadirse de lo que nos rodea.