Crítica de Sólo los amantes sobreviven
Jim Jarmusch nunca ha rodado cine convencional, así que cuando nos enteramos de que su nuevo film iba a adentrarse en los terrenos del vampirismo, la curiosidad se multiplicó por mil.
Han pasado cuatro años desde su última película, el sobresaliente anti-todo Los límites del control, y su nueva jugada maestra va por el mismo camino.
Sólo los amantes sobreviven es una tragedia, pero si tenemos en cuenta que a la tragedia se le añade tiempo para obtener comedia, el resultado es algo menos triste, aunque sí todo lo melancólico que debería ser la historia del amor eterno en un mundo que no está hecho para esos amantes, interpretados por dos actores inmensos.
Él, un músico (casi) inmortal, vive en la ciudad de Detroit, antes llena de vida y ahora cada vez más cercana a la que reflejaba el Robocop del 87 y ella, su amante, vive en Tánger. Se echan de menos y quedan porque puede hacer cerca de un siglo que no se ven. El punto de partida no es, desde luego, el de Van Helsing.
Película nocturna, barnizada de ironía y defensora de la cultura y las artes, Sólo los amantes sobreviven es la película de vampiros más romántica que veremos en mucho tiempo, además de ser, curiosamente, condeadamente fiel a la realidad de nuestros días.
Aunque vivas miles de años y tengas todo lo que ansías, se hace duro tirar hacia adelante por muy vampiro que seas, y Jarmusch juega de forma maestra con la repulsión de Adam hacia el hombre, al que califica de zombie, mientras que Eve intenta ayudarle a ver el lado bueno de las cosas y a que siga componiendo su música. Sí, los vampiros se llaman Adan y Eva, otra sútil muestra de lo que hay en el fondo de esta gran película: una broma muy cool.
5 / 5