Crítica de Sinister (2012)
Después de una peli de exorcismos y juicios que nos dejó bastante fríos y del remake de Ultimátum a la tierra, Scott Derrickson se la jugaba con Sinister, y el tiro ha salido medianamente bien.
Partiendo de una idea poderosa, el super 8 como arma de destrucción satánica definitiva, la película cuenta con una familia y una casa con un pasado oscuro que intentará recrear el protagonista, un periodista de la crónica negra que recorre el país instalándose en ese tipo de viviendas para luego convertir las desgracias en libros de éxito.
Con una estética casi minimalista muy en la onda de la más lograda Insidious, Derrickson acierta en la atmósfera, pero falla a la hora de mostrar el miedo en forma de pequeños horriblemente maquillados que, para colmo, parecen sacados de una coreografía de un videoclip de Radiohead de principios de los noventa.
Algún susto -tramposo- y, sobre todo, las grabaciones familiares que escupe el proyector, hacen que no perdamos el interés a pesar de saber dónde y cómo acabará la investigación.
Terror comercial para toda la familia al que hubiese venido bien un poco más de mala uva y menos miedo al pánico. Aún así, no es una mala apuesta para pasar hora y media en el cine por la noche.