Crítica de Lucy
Tú y yo lo sabemos. Luc Besson está muy loco. Su factoría de sueños, desde la que inventa locurones que dirigen otros, es una máquina imparable de diversión europea que nos hace más llevaderas las tardes aburridas en las que no tenemos nada que hacer, pero su trayectoria como director andaba sin rumbo desde hace muchos años.
Ahora, por fin, se ha animado a rodar algo tan loco que, en realidad, sólo podría filmar (y firmar) él. Lucy es una nueva heroína, como lo fueron los personajes de Push o Jumper, al margen de cualquier licencia tebeística. Más cerca del espíritu anárquico de autores como Garth Ennis o Mark Millar, europizado, violento y chalado, Lucy se transforma, como su personaje, en uno de los pasatiempos más simpáticos e inesperados de la cartelera veraniega.
Una mujer utilizada como mula para transportar una nueva droga azul, similar a la que se chutaban en Robocop 2, pero más sólida, sufrirá en sus carnes (y en su cerebro), una serie de cambios que la convertirán en un dios imparable con sed de venganza.
La primera parte de Lucy es tan loca que narra en paralelo el origen de este nuevo personaje con una ponencia de Morgan Freeman que haría las delicias de Trey Parker y Matt Stone. Después de un violento percance, Lucy recibirá una dosis de la droga en su torrente sanguíneo que deja en ridículo la Trascendencia de Johnny Depp y Wally Pfister, película con la que guarda más de una similitud.
Scarlett Johansson, de nuevo empeñada en terminar siendo una cosa negra y extraña, como en la reciente e inédita Under the skin, se siente cómoda poniendo cara de póquer y repartiendo mandobles y balas sin inmutarse, sabiendo mejor que nadie lo bien que le sienta la cara de resaca sexy letal.
Luc Besson vuelve por sus fueros, presentando una digna sucesora de títulos como Leon o El quinto elemento y alejándose del laberinto creativo de la última década, proporcionando suficientes momentos WTF como para liderar su nuevo caudal de producciones, donde lo importante es el disparate controlado, en este caso, el origen de la vida y los primeros habitantes de la tierra, logrando un encuentro entre las dos Lucys que incluso llega a conmover un poquito.
El tratamiento documental de las imágenes que acompañan la charla del personaje de Freeman hacen el trabajo cómico, similar al que Lars Von Trier manejó en la cachonda (chiste fácil) Nymphomaniac.
Lucy es pura evasión, un divertimento de noventa minutos, un pasatiempo ejemplar. Si te paras un minuto a pensar en ello, verás lo difícil que resulta echarse algo así a los ojos.
4 / 5