Crítica de Los caballos de Dios
El poeta y ensayista polaco Ryszard Kapuściński dijo: “Si entre las muchas verdades eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad, y tú en un fanático”. Con tres años de retraso llega ‘Los caballos de Dios’, la penúltima obra del polémico realizador francés de origen marroquí Nabil Ayouch, que se alzó con la Espiga de Oro en la 57ª de la Seminci de Valladolid.
El pequeño Yachine tiene diez años y vive con su familia en un poblado de chabolas cercano a Casablanca. Su padre tiene depresión, su madre hace lo que puede para sostener la casa y dos de sus hermanos prácticamente están ausentes. Sólo tiene a Hamid, el tercer hermano, que tiene 13 años y, para sobrevivir, se dedica a robar y tener trapicheos. Los niños crecen, Yachine vende fruta y Hamid se convierte en el cabecilla de una banda que se dedica a la venta al por menor de droga. Sin embargo, Hamid es encarcelado. Cuando sale de prisión, ya no es el mismo, se ha convertido en islamista radical y pretende unir a su hermano y allegados a la causa.
Mientras que en otras de sus obras anteriores, Ayouch tiene un mensaje de denuncia, una moraleja, en esta propuesta el realizador se aleja de conducir al espectador a un rumbo concreto para convertirse en un horrorizado testigo del proceso de islamización de un pueblo ahogado en la pobreza y la necesidad extrema. El director sabe que es el islam radical, entra en la raíz del proceso mostrando, grabado de forma documental, cómo los imanes captan a jóvenes que no ven futuro, que necesitan comida. La forma en que retrata el cineasta la conversión provoca terror, ya que se le encuentra cierta lógica a cómo personas sin recursos acaban transformándose en terroristas.
Ayouch toma prestado los horribles atentados terroristas que ocurrieron en la ciudad marroquí de Casablanca el 16 de mayo de 2003 en varios lugares turísticos y de clase alta de la ciudad, entre ellos la Casa España. El realizador le pone caras a esos terroristas, a aquellos que buscaron la muerte y arrastraron con ese deseo a víctimas inocentes. Y lo hace de una manera espeluznante, sin guiar al espectador por ningún camino, como si de una bola de nieve se tratase.
La película no duda en mostrar a esos imanes cuales encantadores de serpientes, predicadores que recuerdan a esos fanáticos de sectas peligrosas. Porque la cinta muestra cómo se aprovechan de las situaciones más extremas para conseguir gente que cumpla sus propósitos porque, claro, esos líderes no están llamados para el Paraíso todavía.
Empezando desde la infancia, ‘Los caballos de Dios’ muestra una realidad latente en países emergentes como Marruecos o Túnez, donde en una calle puede haber hoteles lujosos pero a pocas manzanas una barriada de chabolas. Pese a los acontecimientos previstos, el realizador guarda un mensaje de esperanza, la educación, los derechos sociales, la igualdad son los que realmente pueden combatir al fanatismo religioso. Y Ayouch no muestra ese mensaje de forma bienintencionada o moralizante sino como una acción necesaria para lograr el progreso y, realmente, mostrar que existe esperanza sin violencia.
Su metáfora social hace de esta cinta una propuesta de interesante visionado. No es el cine social convencional al uso, sino una manera de poder entender cómo se crean esas organizaciones peligrosas y Ayouch lo hace como debe hacerlo, con calidad cinematográfica y sin miedo a mostrar que el buen cine puede ser también divulgativo.
3.5 / 5