Crítica de Lobos de Arga (2011)
En 1983 Stephen King publicaba El ciclo del hombre lobo, una simpática novela que incluía dibujos de Bernie Wrightson, un total de 24, para ilustrar momentos puntuales de la historia. En 1985 Daniel Attias la adaptaba al cine con un guión del propio King bajo el título de Silver Bullet (Miedo Azul) y con el añorado Corey Haim como protagonista. La película, un pequeño clásico de culto desde los tiempos de Filmayer Video, ponía en imágenes (en movimiento), la dura batalla del pequeño Marty Coslaw, impedido en su silla de ruedas, contra el supuesto hombre lobo que está diezmando la población de su pequeña ciudad. Y es que los ochenta molaban mucho: Una pandilla alucinante, Jóvenes ocultos, Noche de miedo… nosotros nunca tuvimos nada parecido en nuestro cine y puede que por eso algunos cineastas españoles recurran ahora al rescate, palabra que a día de hoy ha dejado de ser tan positiva como debería y que nos devuelve a la cruda realidad que nos ha tocado vivir. Precisamente por eso, y antes de que suba el IVA y una entrada de cine cueste más que un menú en el Ritz, Lobos de Arga es una película tan necesaria. No es redonda, pero tampoco lo pretende. Sus intenciones son buscar la risa y la complicidad del espectador (preferentemente treintañero) a base de guiños (el hombre lobo tuerto nos lleva directos a Miedo Azul) y chascarrillos con acento vascogallego, con dos fenómenos de la comedia como Otxoa y Areces al frente de un reparto que les guarda las espaldas con Manquiña, de la Rosa y Zahera muy on fire. Puede que 100 minutos sean demasiados para una modesta comedia de terror española, pero coño, es una comedia de terror española. Por eso y por recordarnos a los títulos de los que hablaba antes y huir del terreno de, por ejemplo, Álvaro Sáenz de Heredia, hay que aplaudirla.