Crítica de La Reconstrucción
En La reconstrucción, Juan Taratuto, su director, se aleja un poco del tono que le venía dando a sus proyecciones precedentes. Hasta entonces, podría decirse que se caracterizaba por concebir comedias románticas (No sos vos, soy yo; ¿Quién dice que es fácil?; Un novio para mi mujer). En cada una de ellas dejó vestigios o muestras de su pulso narrativo, conformando tanto al público masivo como a la prensa.
En esta ocasión, se aboca a un drama de narración lenta, pausada pero no por ello aburrida ni densa. De hecho su corto metraje (menos de hora y media) es un acierto teniendo en cuenta lo que había por contar y el modo en qué es narrado. Probablemente este no sea su mejor trabajo, pero se vale de algunos momentos de emotividad que se disfrutan y se perciben muy naturales.
La reconstrucción nos sumerge en la vida de Eduardo (Diego Peretti), un trabajador en la industria del petróleo, de apariencia fría, desganada y de andar solitario. Cuando llega el momento de tomarse sus vacaciones se traslada unos días a Ushuaia, reencontrándose con un viejo amigo (Alfredo Casero), un sujeto que vive con su esposa y sus dos hijas. A partir de allí las cosas empiezan a sufrir cambios que ponen a prueba la personalidad de los participantes.
Peretti hace un trabajo silencioso (el personaje que compone le exige eso), en donde se luce una vez más gracias a su enorme capacidad actoral. En su rol de protagonista lleva a cabo un doble juego de interpretación: por un lado a partir de las miradas desoladas y desde la inexpresividad propia del personaje que compone; por otra parte como una persona que se ve inmersa en una situación difícil de superar, que requiere que de algún modo pueda abrirse y exteriorizarse más. Pero, ¿qué esconde Eduardo? ¿Qué lo ha llevado a mostrarse siempre tan acongojado y afligido?
En La reconstrucción no hay lugar para la comedia; ni siquiera con la presencia de Alfredo Casero, quien nos ha acostumbrado a sacarnos unas cuantas risas cada vez que participa en alguna tira televisiva o en una proyección. Se trata de una historia netamente dramática, en la cual la banda sonora refuerza, en cada ocasión o escena que se la invoca, los aires calmos propios del género.
La obra de Taratuto no resulta imprescindible ni trascendente dentro de la temática que exhibe, pero deja una agradable sensación. Una narración en la cual los diálogos no tienen demasiado espacio, pero sí las miradas, los gestos y las expresiones. Más allá de alguna que otra secuencia de relleno o incluso innecesaria, la película acaba redondeando una buena performance, sacando provecho de sus actuaciones y de la carga afectiva de la historia.
3 / 5