Crítica de La Jungla: un buen día para morir

Bueno, esto es delicado.

Cuando el desgraciado de Len Wiseman voló por los aires las señas de identidad de la mejor saga de cine de acción, convirtiéndola en una patraña para niños de diez años y, por primera vez, en una peli apta para menores, temí un degenerativo proceso de armaletalización y agotamiento que tiraría por tierra el impecable trabajo de John McTiernan y Renny Harlin.

Pues John Moore, un directorucho de tres al cuarto que no consiguió llevar a buen puerto la adaptación de uno de los videojuegos más acojonantes que recordamos, Max Payne, y de un remake medio digno de La Profecía, pone de nuevo a McClane en apuros y, al menos, recupera la calificación para mayores de dieciocho años, los tacos y la sangre.

El mayor problema de esta quinta entrega, que sitúa a nuestro poli favorito en la madre Rusia, es, además de la torpeza del director, la maldita prisa con la que ha sido concebida una historia que no tiene ni pies ni cabeza.

Si nos olvidamos de este importante detalle y sobrevivimos a un primer acto, terrible, soso y aburrido, podemos llegar a entrar en la película y a disfrutar con el necesario cambio de agilidad de un héroe mayor por un montón de cámaras lentas espectaculares, alguna coña marca de la casa y disfrutar de la entrega más corta de la saga.

La Jungla: un buen día para morir, se queda pequeña en comparación con las tres primeras, pero da sopa con ondas a esa basura azul para todos los públicos y verdadero marrón en un historial inmaculado.

Más o menos, McClane ha vuelto.