Crítica de Jack Reacher
Vivimos unos tiempos en los que el thriller de acción al servicio de superestrellas comparten el mismo molde. Afortunadamente, siempre nos quedará Tom Cruise.
El protagonista y productor de Jack Reacher sigue supurando carisma a prueba de balas y tiempos, manteniendo intacta ese aura de estrella intachable que hace de cada uno de sus vehículos perfectamente diseñados suponga una experiencia distinta -y casi siempre superior- a la de sus colegas.
El personaje al que Cruise da vida, el policía militar/fantasma salido de la imaginación de Lee Child, entrega al actor su personaje más borde y desagradable -todo lo borde y desagradable que pueda resultar un tipo como Cruise, claro- desde los tiempos de Magnolia. Con más de cincuenta años, parece que el protagonista de Collateral empieza a necesitar otro tipo de película entre misión y misión, para poder tomar aire antes de volver a realizar esas proezas que hacen que las aseguradoras tiemblen. Aquí, como si de un joven Eastwood o un maduro Arnie se tratase, la superestrella se dedica a tomar nota mental, soltar frases chuscas y vacilar al personal, mientras Christopher McQuarrie maneja suavemente la cámara entregando, contra todo pronóstico -y contra todo lo que su campaña está vendiendo equivocadamente-, un thriller de misterio más en la línea de El coleccionista de huesos que de Misión Imposible, pero con un actor que gusta menos de sudar en frío que Denzel Washington.
Un arranque potentísimo que recuerda a Harry el sucio, un par de vueltas de tuerca desmadradas, muchos puntos de vista, Rosamund Pike haciendo de pureta y dos veteranos pasándoselo en grande, como Duvall y Herzog, acompañan a Tom Cruise en un thriller ejemplar, desenfadado, moderno y sin salidas de tono que solo podría haber sido más violento -no creo que mejor- si el protagonista hubiese sido Jason Statham.